A CINCUENTA AÑOS DEL CONCILIO

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Estimados Lectores:

A cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II y mientras se lleva a cabo la segunda parte del Sínodo sobre la familia, cuya preparación suscitó una abundante polémica, las siguientes palabras de Mons. Marcel Lefebvre suenan más actuales que nunca:

“¿A dónde vamos? ¿Cuál será el término de todos los cambios actuales? No se trata tanto de guerras, de catástrofes atómicas o ecológicas, sino sobre todo de la revolución fuera y dentro de la Iglesia, de la apostasía, en fin, que gana pueblos enteros, antaño católicos, e incluso a la Jerarquía de la Iglesia hasta su cima. Roma parece sumergida en una ceguera completa, la Roma de siempre está reducida al silencio, paralizada por la otra Roma, la Roma liberal que la ocupa. Las fuentes de la gracia y de la fe divinas se agotan y las venas de la Iglesia canalizan por todo su cuerpo el veneno mortal del naturalismo.

“Es imposible comprender esta crisis profunda sin tener en cuenta el hecho central de este siglo: el segundo Concilio Vaticano. Creo que mi sentir en relación a él es bastante conocido para que pueda decir, sin rodeos, el fondo de mi pensamiento: sin rechazar en su totalidad ese concilio, pienso que es el desastre más grande de este siglo y de todos los siglos pasados desde la fundación de la Iglesia. En esto, no hago más que juzgarlo por sus frutos, utilizando el criterio que nos ha dado Nuestro Señor (Mat. 7, 16). Cuando se pide al Card. Ratzinger que muestre algunos buenos frutos del Concilio, no sabe qué responder; y al preguntarle un día al Card. Garrone cómo un «buen» concilio había podido producir tan malos frutos, me respondió: «¡No es el Concilio, son los medios de comunicación social!»

“Aquí, un poco de reflexión puede ayudar al sentido común: si la época postconciliar está dominada por la revolución en la Iglesia, ¿no es simplemente porque el Concilio mismo le dio entrada? «El Concilio es 1789 en la Iglesia», declaró el Card. Suenens. «El problema del Concilio fue asimilar los valores de dos siglos de cultura liberal», dijo el Card. Ratzinger. Y explica: Pío IX con el Syllabus, había rechazado definitivamente el mundo surgido de la Revolución, al condenar esta propuesta: «El Pontífice romano puede y debe reconciliarse y acomodarse con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna» (N° 80). El Concilio, dice abiertamente Joseph Ratzinger, ha sido un «Contra Syllabus» al efectuar esta reconciliación de la Iglesia con el liberalismo, particularmente por medio de la «Gaudium et Spes», el más largo documento conciliar. Así se deja la impresión que los Papas del siglo XIX no supieron discernir en la Revolución de 1789 la parte de verdad cristiana asimilable por la Iglesia. ¡Una afirmación así es absolutamente dramática, sobre todo en la boca de representantes del magisterio de la Iglesia! De hecho y esencialmente ¿qué fue la Revolución de 1789? Fue el naturalismo y el subjetivismo del protestantismo, traducidos en normas jurídicas e impuestos a una sociedad todavía católica. De allí la proclamación de los derechos del hombre sin Dios; de allí la exaltación de la subjetividad de cada uno, a expensas de la verdad objetiva; de allí el poner en el mismo nivel todas las creencias religiosas ante el Derecho; de allí, en fin, la organización de la sociedad sin Dios y sin Nuestro Señor Jesucristo. Una sola palabra designa esta teoría monstruosa: el liberalismo”(Mons. Lefebvre, “Le destronaron”, Introducción).

Ante esta revolución doctrinal iniciada por el Concilio Vaticano II, les invitamos, estimados lectores, a seguir estudiando los problemas suscitados por la doctrina conciliar y las reformas que surgieron de ella. Mientras que la síntesis de Mons. Fellay, presentada a continuación, recuerda y refuta los principales errores conciliares, el estudio de la doctrina del Cardenal Kasper, de mucha influencia en la Roma actual, manifiesta la mentalidad evolucionista que parece afectar al mismo Papa.

Estas dificultades presentes nos mueven, más que nunca, a acudir a la Madre de Dios, especialmente por el rezo diario del Santo Rosario, esperando de ella la solución a todos los problemas y el remedio a los males de nuestra época.

Que Dios los bendiga.

Padre Mario Trejo
Superior de Distrito América del Sur

EDITORIAL DEL NÚMERO 151, Revista Iesus Christus.

Declaración sobre la Relación final del Sínodo de la familia

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28-10-2015

La Relación final de la segunda sesión del Sínodo de la familia, publicada el 24 de octubre de 2015, lejos de manifestar un consenso de los padres sinodales, constituye la expresión de un compromiso entre posturas profundamente divergentes. En ella se puede ver que se recuerdan ciertos puntos doctrinales sobre el matrimonio y la familia católica, pero también se notan lamentables ambigüedades y omisiones, y sobre todo brechas abiertas en la disciplina en nombre de una misericordia pastoral relativista. La impresión general que se desprende de este texto es la de una confusión que no dejará de ser explotada en un sentido contrario a la enseñanza constante de la Iglesia.

Por esta razón, nos parece necesario reafirmar la verdad recibida de Cristo sobre la función del Papa y de los obispos (1) y sobre la familia y el matrimonio (2), cosa que hacemos en el mismo espíritu que nos llevó a dirigir al Papa Francisco una súplica antes de la segunda sesión de este Sínodo.

1 – La función del Papa y de los obispos[1]

Como hijos de la Iglesia Católica, creemos que el obispo de Roma, sucesor de San Pedro, es el Vicario de Cristo, al mismo tiempo que es la cabeza visible de toda la Iglesia. Su poder es en sentido propio una jurisdicción a la que, tanto los pastores como los fieles de las Iglesias particulares, cada uno de ellos por separado o todos ellos reunidos, incluso en concilio, en sínodo o en conferencias episcopales, quedan obligados por un deber de subordinación jerárquica y de verdadera obediencia.

Dios ha dispuesto así las cosas para que, manteniendo con el obispo de Roma la comunión y la profesión de una misma fe, la Iglesia de Cristo no sea sino un solo rebaño bajo un solo pastor. La Santa Iglesia de Dios ha sido divinamente constituida como una sociedad jerárquica en la que la autoridad que gobierna a los fieles viene de Dios, a través del Papa y de los obispos que le están sometidos. [2]

Cuando el Magisterio pontificio supremo ha dado la expresión auténtica de la verdad revelada, tanto en materia dogmática como en materia disciplinar, no les corresponde a los organismos eclesiásticos con autoridad de rango inferior –como las conferencias episcopales– introducir modificaciones en él.

El sentido de los sagrados dogmas que ha de conservarse a perpetuidad es el que el magisterio del Papa y los obispos han enseñado de una vez por todas y del que nadie puede jamás separarse. Por consiguiente, la pastoral de la Iglesia cuando ejerce la misericordia ha de comenzar remediando la miseria de la ignorancia al dar a las almas la verdad que las salva.

En la jerarquía instituida así por Dios, en materia de fe y de magisterio, las verdades reveladas han sido confiadas como un depósito divino a los Apóstoles y a sus sucesores, el Papa y los obispos, para que lo guarden fielmente y lo enseñen con autoridad. Este depósito está contenido, como en sus fuentes, en los libros de la Sagrada Escritura y en las tradiciones no escritas que, recibidas por los Apóstoles de boca del propio Cristo o transmitidas como de mano en mano por los Apóstoles por dictado del Espíritu Santo, han llegado hasta nosotros.

Cuando la Iglesia docente declara el sentido de estas verdades contenidas en la Escritura y la Tradición, lo impone con autoridad a los fieles para que lo crean como revelado por Dios. Es erróneo decir que al Papa y a los obispos corresponde ratificar lo que les sugiere el sensus fidei o la experiencia común del Pueblo de Dios.

Como ya habíamos escrito en nuestra Súplica al Santo Padre: «Nuestra inquietud brota de la condenación que San Pío X hizo, en su encíclica Pascendi, de la acomodación del dogma a pretendidas exigencias contemporáneas. Pío X y vos, habéis recibido la plenitud del poder de enseñar, de santificar y de gobernar en la obediencia a Cristo, que es el Jefe y el Pastor del rebaño en todo tiempo y en todo lugar, y de quien el Papa debe ser el fiel vicario sobre esta tierra. Lo que ha sido objeto de una condenación dogmática no puede convertirse, con el tiempo, en una práctica pastoral autorizada».

Esto es lo que llevó a Mons. Marcel Lefebvre a escribir en su Declaración del 21 de noviembre de 1974: «Ninguna autoridad, ni siquiera la más alta en la jerarquía, puede obligarnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica, claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos. «Si ocurriese —dice san Pablo— que yo mismo o un Ángel bajado del cielo os enseñase otra cosa distinta a lo que yo os he enseñado, sea anatema». [3]

2 – El matrimonio y la familia católica

Acerca del matrimonio, Dios ha provisto al crecimiento del género humano instituyendo el matrimonio, que es la unión estable y perpetua de un hombre y de una mujer [4]. El matrimonio de los bautizados es un sacramento, ya que Cristo lo elevó a esta dignidad; por lo tanto, el matrimonio y la familia son de institución divina y natural.

El fin primario del matrimonio es la procreación y la educación de los hijos, que ninguna voluntad humana podría excluir realizando actos que le son opuestos. El fin secundario del matrimonio es la ayuda mutua que se dan los cónyuges, así como el remedio de la concupiscencia.

Cristo estableció que la unidad del matrimonio sería definitiva, tanto para los cristianos como para todos los hombres. Esta unidad goza de tal indisolubilidad que no puede romperse nunca, ni por la voluntad de ambas partes ni por ninguna autoridad humana: «lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre».[5] En el caso del matrimonio sacramental entre bautizados, la unidad e indisolubilidad se explican, además, por el hecho de ser el signo de la unión de Cristo con su esposa.

Todo lo que los hombres puedan decretar o hacer contra la unidad e indisolubilidad del matrimonio no corresponde ni a lo que exige la naturaleza ni al bien de la sociedad humana. Además, los fieles católicos tienen el deber grave de no unirse únicamente por el vínculo del matrimonio civil, sin tener en cuenta el matrimonio religioso prescrito por la Iglesia.

La recepción de la eucaristía (o comunión sacramental) requiere el estado de gracia santificante y la unión con Cristo mediante la caridad; la comunión aumenta esta caridad y significa al propio tiempo el amor de Cristo por la Iglesia, que le está unida como Esposa única. Por consiguiente, las personas que deliberadamente viven juntas en una unión de concubinato o incluso adúltera van contra las leyes de Dios y de la Iglesia, porque dan el mal ejemplo de una falta de justicia y de caridad, no pueden ser admitidas a la comunión eucarística y son consideradas como pecadores públicos: «El que se casa con la repudiada por el marido, comete adulterio»[6]

Para recibir la absolución de los pecados en el ámbito del sacramento de la penitencia, se requiere tener el firme propósito de no pecar más y, consiguientemente, los que se niegan a poner término a su situación irregular no pueden recibir una absolución válida.[7]

En conformidad con la ley natural, el hombre no tiene derecho a usar su sexualidad sino en el matrimonio legítimo y respetando las leyes fijadas por la moral. Por lo tanto, la homosexualidad contradice el derecho divino natural. Las uniones realizadas fuera del matrimonio, de concubinato, de adulterio e incluso homosexuales, son un desorden contrario a las exigencias de la ley divina natural y por lo tanto constituyen un pecado. No puede reconocerse en ellas parte alguna de bondad moral, ni siquiera disminuida.

Ante los errores actuales y las legislaciones civiles contra la santidad del matrimonio y la pureza de las costumbres, la ley natural no admite excepciones, pues Dios, en su sabiduría infinita, al darnos su ley ha previsto todos los casos y circunstancias, a diferencia de los legisladores humanos. Por ello no puede admitirse una moral denominada de situación, que se propone adaptar las reglas de conducta dictadas por la ley natural a las diferentes culturas. La solución de los problemas de orden moral no ha de someterse tan sólo a la conciencia de los esposos o de los pastores, y la ley natural se impone a la conciencia como regla del obrar.

La solicitud del Buen Samaritano con el pecador se manifiesta por medio de la misericordia que no transige con su pecado, lo mismo que el médico que quiere ayudar eficazmente a un enfermo a recuperar la salud no transige con su enfermedad, sino que le ayuda a deshacerse de ella. Es imposible liberarse de la ley evangélica en nombre de una pastoral subjetiva que, aunque recordara universalmente tal ley, la aboliría caso por caso. Nadie puede conceder a los obispos la facultad de suspender la ley de la indisolubilidad del matrimonio ad casum sin exponerse a que se vuelva sosa la doctrina del Evangelio y quede troceada la autoridad de la Iglesia. Pues, en esta perspectiva errónea, lo que se afirma doctrinalmente podría negarse pastoralmente, y lo que está prohibido de jure podría estar autorizado de facto.

En esta confusión extrema, le corresponde en adelante al Papa –conforme a su cargo y en los límites que le ha fijado Cristo– volver a expresar con claridad y firmeza la verdad católica quod semper, quod ubique, quod ab omnibus [8], e impedir que esta verdad universal sea práctica y localmente contradicha.

Siguiendo el consejo de Cristo: orate et vigilate, rezamos por el Papa: oremus pro pontifice nostro Francisco, y permanecemos vigilantes: non tradat eum in manus inimicorum ejus[9], para que Dios no lo entregue en manos de sus enemigos. Suplicamos a María, Madre de Iglesia, que le conceda las gracias que le permitan ser el fiel intendente de los tesoros de su divino Hijo.

Menzingen, 27 de octubre de 2015
+ Bernard FELLAY
Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X

[1] Concilio de Trento, sesión 4ª; concilio Vaticano I, constitución Dei Filius; decreto Lamentabili, n° 6.
[2] Mt 16, 18-19; Jn 21, 15-17; constitución Pastor aeternus del concilio Vatican I.
[3] Gál 1, 8.
[4] Gén 2, 18-25
[5] Mt 19, 6.
[6] Lc 16, 18.
[7] León XIII, Arcanum divinae sapientiae; Pío XI, Casti connubii.
[8] San Vicente de Lerins, Commonitorium.
[9] Oración pro summo Pontifice.

Súplica de Mons. Fellay al Papa Francisco.

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Santo Padre,

Con viva inquietud comprobamos a nuestro alrededor la degradación progresiva del matrimonio y de la familia, origen y fundamento de la sociedad humana toda. Esta disolución se acelera con fuerza, sobre todo por la promoción legal de los comportamientos más inmorales y depravados. La ley de Dios, incluso simplemente natural, es hoy por hoy pisoteada públicamente, los pecados más graves se multiplican de manera dramática y claman venganza al cielo.

Santo Padre,

No podemos negar que la primera parte del Sínodo dedicado a “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización” nos ha alarmado vivamente. Hemos escuchado y leído, de personas constituidas en dignidad eclesiástica – que se atribuyen vuestro respaldo, sin ser desmentidas –, afirmaciones tan contrarias a la verdad, tan opuestas a la doctrina clara y constante de la Iglesia en lo concerniente a la santidad del matrimonio, que nuestra alma se ha visto profundamente perturbada. Lo que nos inquieta todavía más son algunas de vuestras palabras, que dan a entender que podría haber una evolución de la doctrina para responder a las nuevas necesidades del pueblo cristiano. Nuestra inquietud brota de la condenación que San Pío X hizo, en su encíclica Pascendi, del acomodación del dogma a pretendidas exigencias contemporáneas. Pío X y vos, habéis recibido la plenitud del poder de enseñar, de santificar y de gobernar en la obediencia a Cristo, que es el Jefe y el Pastor del rebaño en todo tiempo y en todo lugar, y de quien el Papa debe ser el fiel vicario sobre esta tierra. Lo que ha sido objeto de una condenación dogmática no puede convertirse, con el tiempo, en una práctica pastoral autorizada.

Dios autor de la naturaleza estableció la unión estable del hombre y de la mujer con vistas a perpetuar la especia humana. La Revelación del Antiguo Testamento nos enseña de modo clarísimo que el matrimonio, único e indisoluble, entre un hombre y una mujer, fue establecido directamente por Dios, y que sus características esenciales fueron sustraídas a la libre elección de los hombres para permanecer bajo una protección divina particularísima: “No codiciarás la mujer de tu prójimo” (Éxodo 20, 17).

El Evangelio nos enseña que Jesús mismo, en virtud de su autoridad suprema, restableció definitivamente el matrimonio, alterado por la corrupción de los hombres, en su pureza primitiva: “Lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe” (Mateo 19, 6).

Es gloria de la Iglesia católica a lo largo de los siglos haber defendido contra viento y marea, a pesar de las solicitaciones, amenazas y tentaciones, la realidad humana y divina del matrimonio. Siempre ha llevado bien alto – incluso si hombres corruptos la abandonaban por ese solo motivo – el estandarte de la fidelidad, de la pureza y de la fecundidad que caracterizan el verdadero amor conyugal y familiar.

Ahora que se acerca la segunda parte de este Sínodo consagrado a la familia, estimamos en conciencia que es nuestro deber expresar a la Sede Apostólica la profunda angustia que nos embarga al pensar en las “conclusiones” que podrían ser propuestas en esta ocasión, si por gran desgracia fueran un nuevo ataque contra la santidad del matrimonio y de la familia, un nuevo debilitamiento de la naturaleza de la sociedad conyugal y de los hogares. Esperamos de todo corazón que, por el contrario, el Sínodo hará obra de verdadera misericordia recordando, para el bien de las almas, la doctrina salvífica íntegra referente al matrimonio.

Tenemos plena conciencia, en el contexto actual, que las personas que se encuentran en situaciones matrimoniales anormales deben ser acogidas pastoralmente, con compasión, para mostrarles el rostro misericordiosísimo del Dios de amor que la Iglesia da a conocer.

Sin embargo, la ley de Dios, expresión de su eterna caridad para con los hombres, constituye en sí misma la suprema misericordia para todos los tiempos, todas las personas y todas las situaciones. Rezamos, pues, para que la verdad evangélica del matrimonio, que debería proclamar el Sínodo, no sea en la práctica eludida mediante múltiples “excepciones pastorales” que desnaturalizarían su verdadero sentido, o por una legislación que anularía casi infaliblemente su alcance real. En cuanto a esto, no podemos disimularos que las recientes disposiciones canónicas del Motu proprio Mitis iudex Dominus Iesus, que permiten declaraciones de nulidad aceleradas, abrirán de facto las puertas a un procedimiento de “divorcio católico” sin llevar el nombre de tal, a pesar de las referencias a la indisolubilidad del matrimonio que lo acompañan. Estas disposiciones van en la dirección de la evolución de las costumbres contemporáneas, sin tratar de rectificarlas según la ley divina; ¿cómo, pues, no estar conmocionado por la suerte de los niños nacidos de estos matrimonios anulados de manera expeditiva, que serán las tristes víctimas de la “cultura del descarte”?

En el siglo XVI el Papa Clemente VII denegó a Enrique VIII de Inglaterra el divorcio que éste solicitaba. Frente a la amenaza del cisma anglicano, el Papa mantuvo, contra todas las presiones, la enseñanza inmodificable de Cristo y de su Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio. ¿Veremos ahora esta decisión desaprobada por un “arrepentimiento canónico”?

En todo el mundo en estos últimos tiempos numerosas familias se han movilizado valientemente contra las leyes civiles que socavan la familia natural y cristiana, y alientan públicamente comportamientos infames, contrarios a la moral más elemental. ¿Puede la Iglesia abandonar a aquellos que, a veces en detrimento propio y siempre bajo burlas y ataques, libran este combate necesario pero difícil? Ello constituiría un antitestimonio desastroso y sería para estas personas fuente de hastío y desaliento. Los hombres de Iglesia, por el contrario, por su misión misma deben aportarles un apoyo firme y motivado.

Santo Padre,

Por el honor de nuestro Señor Jesucristo, para consuelo de la Iglesia y de todos los fieles católicos, por el bien de la sociedad y de la humanidad toda, en esta hora crucial, os suplicamos, pues, que hagáis resonar en el mundo una palabra de verdad, de claridad y de firmeza, en defensa del matrimonio cristiano, e incluso simplemente humano, para sostén de su fundamento, a saber, la diferencia y complementariedad de los sexos, como apoyo de su unicidad y de su indisolubilidad.

Confiamos esta humilde súplica al patronazgo de San Juan Bautista, que conoció el martirio por haber defendido públicamente, contra una autoridad civil comprometida por un “nuevo matrimonio” escandaloso, la santidad y la unicidad del matrimonio, suplicando al Precursor de conceder a Vuestra Santidad el valor de recordar ante el mundo entero la verdadera doctrina del matrimonio natural y cristiano.

En la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, 15 de septiembre de 2015
+Bernard FELLAY
Superior General de la Fraternidad San Pío X

Asunción de la Santísima Virgen

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Dichosa me llamarán todas la generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el Poderoso.

“María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo”. San Agustín.

Dogma proclamado por Pío XII, según el cual al final de su vida terrestre, la Virgen María fue elevada en cuerpo y alma, a la gloria del cielo. Así el 1 de noviembre de 1950 se publicó la bula Munificentissimus Deus en la cual el Papa, basado en la tradición de la Iglesia católica, tomando en cuenta los testimonios de la liturgia, la creencia de los fieles guiados por sus pastores, los testimonios de los Padres y Doctores de la Iglesia y por el consenso de los obispos del mundo, declaraba como dogma de fe la Asunción de la Virgen María.

ALMA QUE TIENE CON PERSEVERANCIA ORACIÓN (Vida, cap. XIX, 4)

 La oración perseverante en la crisis espiritual de Santa Teresa

Estimados Lectores:

Este año se cumple el quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, madre y maestra de las almas que rezan. En la editorial de este número a ella consagrado, permítanme evocar el papel fundamental de su perseverante oración que le permitió salir de una crisis espiritual que le duró dieciocho años.

Santa Teresa de JesúsLa crisis espiritual de Santa Teresa de Ávila

Es curioso hablar de “crisis espiritual” en un alma santa pues parece señalar un período de oscura confusión y peligrosa enfermedad de un espíritu que sufre por superar una etapa. Sin embargo ella misma lo revela: “más de dieciocho años pasé esta batalla”. (1)

Dieciocho años confiesa Teresa. Se refiere al tiempo de su plena juventud: desde los veinte años, fecha de ingreso al convento, hasta los casi treinta y nueve cuando finalmente se dio su “conversión”. (2) Dieciocho años, y no es poco. Casi la tercera parte de su vida.

¿En qué consistió esta crisis? Fue un tiempo, no de muerte espiritual –como la produce un pecado mortal–, sino de tibieza y enfermedad, de turbación y lucha interior, de batallas y escaramuzas perdidas, de caídas y levantadas, de no caminar plenamente derecho sino chueco ante el Señor.(3) En concreto, la joven religiosa no tenía el suficiente recogimiento como le exigía su consagración. Mucha vida apostólica, en detrimento de los tiempos de oración y soledad. Correspondencia en amistad excesiva y no plenamente divina. Celo por la causa de Dios, sí, pero celo imprudente. Esto produjo un debilitamiento espiritual que la distanció de la vida de oración. Debía cortar algunas preocupaciones humanas para preocuparse más del espíritu. En sus escritos ella llama a esos momentos “ocasiones”, es decir, situaciones donde la caridad se enfriaba.(4)

Cabe aquí preguntarnos cómo una religiosa contemplativa podía distraerse en una vida social excesiva. Es que nuestra Santa vivió en los tiempos en que algunas órdenes religiosas sufrían el relajamiento de algunas sanas costumbres de la vida consagrada. De hecho, Teresa de Ávila corregirá con el tiempo esas desviaciones fundando los carmelos reformados exigiendo completa pobreza y quitando honras y distracciones mundanas:

Me hizo harto daño no estar en monasterio encerrado; porque la libertad –que las que eran buenas podían tener con bondad– para mí, que soy ruin, hubiérame llevado al infierno…

Es grandísimo peligro monasterio de mujeres con libertad, cuando están autorizadas las honras y recreaciones del mundo, y tan mal entendido a lo que están obligadas…

Y advierte del peligro que pueden ser los conventos (y seminarios) donde no se vive la ascética cristiana predicada por Nuestro Señor. Líneas de extrema actualidad tras la crisis conciliar:

Que los padres tomen mi consejo: que quieran más casar a sus hijas muy bajamente, que meterlas en monasterios semejantes… Pensando que se van a servir al Señor y a apartar de los peligros del mundo, se hallan en diez mundos juntos; que la mocedad y sensualidad y demonio las convida e inclina a seguir algunas cosas que son del mismo mundo.(5)

Un temperamento social y «amiguero»

Una de las causas, entonces, de los años difíciles fue un convento con excesivas libertades. La otra fue el temperamento muy amiguero y social de Teresa, que correspondía amistad por amistad. Si veía que una persona se preocupaba por ella, ella se preocupaba en retribuir atenciones, sin discreción de la oportunidad o conveniencia:

Esto tenía yo de gran liviandad y ceguedad, que me parecía virtud ser agradecida y tener ley a quien me quería. ¡Maldita sea tal ley, que se extiende hasta ser contra la de Dios! ¡Que yo fuera ingratísima, Señor, con el mundo, y contra Vos no lo fuera un punto!(6)

Ay, de los malos confesores

Otro factor que influyó fue el papel mal cumplido de parte de los confesores que no le advertían acertadamente el estado de su alma. No duda en escribir:

Estaba todo el daño en no quitar de raíz las ocasiones y en los confesores, que, a decirme en el peligro que andaba y que tenía obligación a no traer aquellos tratos, sin duda creo se remediara. (7)

Y así Santa Teresa aborda un problema que es también de nuestros tiempos: los confesores “manga ancha”, tan condescendientes que no señalan el error, que no dicen lo que está mal o que, peor aún, llaman bien a lo mal. Ejemplo actual: permitir comulgar a los adúlteros en pecado mortal… No es cuestión de condenar ni de hundir al que quiere salir. Sino de indicar con misericordia lo que está mal para que se corrija y salga. Es peor dejar en el fango del pecado al que ha de ser juzgado por el justo Juez.

Gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados… He visto que es mejor, siendo virtuosos y de buenas costumbres, no tener ningunas; porque ni ellos se fían de sí sin preguntar a quien las tenga buenas, ni yo me fiara… Lo que era pecado venial decíanme que no era ninguno; lo que era gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño…(8)

Un año sin oración mental

Rodeadas de tantas ocasiones y distracciones, el espíritu de la joven Teresa se empezó a debilitar y a enfriar. El demonio le había hecho un astuto entramado de donde difícilmente podría salir. Su natural alegre y social aunado a un convento de muchas libertades, junto a confesores que no la corregían acertadamente antes bien la tranquilizaban en su mediocridad, la llevaron a un estado donde ella empezó a “escaparle” a Nuestro Señor, a esquivar los momentos donde lo encontraba cara a cara, que es la oración. El demonio la tentaba para que dejase la oración mental… Ella seguía cumpliendo todos los oficios y tiempos de oración común del convento pero ya no buscaba el tiempo a solas con Nuestro Señor. Y así Teresa, la llamada a ser madre de contemplación, durante más de un año dejó la oración…

Pues así comencé de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión… que ya yo tenía vergüenza de en tan particular amistad como es tratar de oración, tornarme a llegar a Dios… Que, como crecieron los pecados, comenzóme a faltar el gusto y regalo en las cosas de virtud… (9)

La joven religiosa cumplía en todo lo las normas de la casa pero no daba ni un paso más, debilitada como estaba por tantas distracciones y ocasiones.

Este fue el más terrible engaño que el demonio me podía hacer debajo de parecer humildad, que comencé a temer de tener oración, de verme tan perdida; y parecíame era mejor andar como los muchos, y rezar lo que estaba obligada y vocalmente, que no tener oración mental y tanto trato con Dios, y que engañaba a la gente…(10) Estuve un año, y más, sin tener oración…(11)

El Señor que por un sacerdote corrige: volver a la oración

Un año, y más, andaba la pobre Teresa sin buscar un rato a solas con su Dios cuando en eso muere su papá y tiene oportunidad de conocer al sacerdote que confesaba a su padre, el dominico Fray Vicente Barrón. Este buen confesor le llama la atención. El inicio de la conversión llega por el consejo de aferrarse a la oración.

Duré en esta ceguedad… hasta que un Padre dominico, gran letrado, me desengañó… (12)

Me confesé con él, y tomó a hacer bien a mi alma con cuidado y hacerme entender la perdición que traía… Y poco a poco, comenzándole a tratar, tratéle de mi oración. Díjome que no la dejase, que en ninguna manera me podía hacer sino provecho. Comencé a tornar a ella, aunque no a quitarme de las ocasiones, y nunca más la dejé.(13)

Buen letrado nunca me engañó.(14)

Alma por dieciocho años dividida

Alentada por el buen consejo, Teresa, a pesar de sus miserias y ocasiones, no dejará en adelante la oración en la cual el Señor le hará notar sus faltas. Los ratos de silencio frente a Dios se convertirán en donde sentirá su espíritu dividido.

Pasaba una vida trabajosísima, porque en la oración entendía más mis faltas. Por una parte me llamaba Dios; por otra, yo seguía al mundo. Dábanme gran contento todas las cosas de Dios; teníanme atada las del mundo..

Parece que querí
a concertar estos dos contrarios –tan enemigo uno de otro– como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración) sin encerrar conmigo mil vanidades.(15)

Más de los dieciocho años pasé esta batalla y contienda de tratar con Dios y con el mundo. (16)

Aferrada con perseverancia a la oración, Teresa obtuvo por fin la conversión.

Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal…

Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.(17)

Y si bien, confiesa ella, muchas veces había hecho esta oración con lágrimas y dolor, esta vez aprovechó más pues, luego de tantas caídas y caídas, ya no confiaba nada en sí:

Esta vez de esta imagen que digo, me parece me aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de mí y ponía toda mi confianza en Dios.

Le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces.(18)

Esto sucedió en la cuaresma de 1554, a los casi treinta y nueve años de Teresa. Con la conversión se cerró una difícil etapa de su vida. Un ciclo terminaba para comenzar otro.

A partir de la fecha, nuestra Santa avanzó con pasos agigantados por el camino de la santidad pues libre y liviana estaba al no estar a nada atada.

El desposorio espiritual tuvo lugar poco tiempo después,(19) llegando luego la fecundidad apostólica propia del matrimonio espiritual (20) cuando Dios la llamó a formar parte del ejército de santos reformadores de la vida religiosa del siglo XVI.

No sin causa he ponderado tanto este tiempo de mi vida…

Concluyendo, detengámonos en las lecciones que Teresa sacó de estos años de miserias a los cuales dedicó largos capítulos de sus obras. Ciertamente fue el tiempo que permitió Dios para que se fraguase temple y espíritu de la gran santa de la oración. La que había sido destinada para ser madre de las almas que rezan, debía ella conocer las pruebas y avatares de tal camino. Así la Iglesia recibió en Teresa el don de una madre buena que conoce las dificultades de la vida –pues las tiene ya andadas– y que alienta a sus hijos a no desfallecer. En sus libros constantemente transmite misericordia y ánimo, confianza en Dios y desconfianza en sí.(21)

Sabe de lo que habla. Dieciocho años estuvo en batalla. Es por eso, queridos lectores, que hemos querido acercarles estos textos. La lectura de sus obras –a veces difícil por el español antiguo, la vivacidad de su pluma y la elevación de lo que trata– hace un grande bien pues anima a las almas que van de ocasión en ocasión, de pasatiempo en pasatiempo a aferrarse a la oración.

No sin causa he ponderado tanto este tiempo de mi vida… Por no estar arrimada a esta fuerte columna de la oración… pasé este mar tempestuoso casi veinte años.(22)

Escríbolo para consuelo de almas flacas, como la mía, que nunca desesperen ni dejen de confiar en la grandeza de Dios. Aunque después de tan encumbradas, caigan, no desmayen, si no se quieren perder del todo; que lágrimas todo lo ganan.(23)

Que no desmaye nadie de los que han comenzado a tener oración… Sabe el demonio traidor que alma que tenga con perseverancia oración la tiene perdida y que todas las caídas que la hace dar la ayudan, por la bondad de Dios, a dar después mayor salto en lo que es su servicio. (24)

Padre Mario Trejo

Superior de Distrito América del Sur

NOTAS:

1. Trata de este tiempo en los primeros diez capítulos de su autobiografía o Vida. La edición que citaremos en adelantes es la de “Obras Completas de Santa Teresa” de la B.A.C., año 1986.

2. Fue en la cuaresma de 1554, habiendo ella nacido el 28 de marzo de 1515. Cfr. capítulo IX de Vida.

3. “Por no estar arrimada a esta fuerte columna de la oración, pasé este mar tempestuoso casi veinte años, con estas caídas y con levantarme y mal –pues tornaba a caer– y en vida tan baja de perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales, y los mortales, aunque los temía, no como había de ser, pues no me apartaba de los peligros” (Libro de su Vida, capítulo 8, n° 2).

4. El Papa que la canonizó, Gregorio XV en 1622, afirmó que nuestra Santa nunca manchó su alma con pecado mortal.

5. Libro de su Vida, capítulo 7, n° 3 y 4.

6. Tener ley –explica la Real Academia Española– significa tener lealtad, fidelidad, amor. Libro de su Vida, capítulo 5, n° 4.

7. Libro de su Vida, capítulo 6, n° 4.

8. Libro de su Vida, capítulo 5, n° 3.

9. “Tenía vergüenza de en tan particular amistad como es tratar de oración”, Vida, capítulo 7, n° 1. En el capítulo siguiente, Santa Teresa define a la oración como un trato de amistad: “no es otra cosa oración mental sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”, Vida, capítulo 8, n° 5.

10. Vida, capítulo 7, n° 1.

11. Vida, capítulo 7, n° 11.

12. Vida, capítulo 5, n° 3.

13. Vida, capítulo 7, n° 17.

14. Vida, capítulo 5, n° 3.

15. Vida, capítulo 7, n° 17.

16. Vida, capítulo 8, n° 3.

17. Vida, capítulo 9, n° 1.

18. Vida, capítulo 9, n° 3.

19. Sólo dos años después, en mayo de 1556.

20. En noviembre de 1572.

21. Cuando Santa Teresa recuerda sus años de caídas y levantadas, con belleza reconoce que Dios lo permitió “para que más se vea quién Vos sois, Esposo mío, y quién soy yo” (Vida, capítulo 4, n° 3).

22. Vida, capítulo 8, n° 1 y 2.

23. Vida, capítulo 19, n° 3.

24. Vida, capítulo 19, n° 4.

Carta a los Amigos y Bienhechores n°84

fellay_sermonResumen: En una conferencia del 20 de enero de 2015 el Cardenal Maradiaga considera que la misericordia debe insuflar un nuevo espíritu a las reformas introducidas por el Concilio Vaticano II, para abrir la Iglesia al mundo de hoy. Así instrumentalizada, la misericordia es amputada del arrepentimiento de las faltas; y ya no parece sino una mirada complaciente sobre el pecador y su pecado. 

En vistas al próximo Año Santo, se debe realizar un discernimiento serio entre esta misericordia truncada y la misericordia cabal que invita decididamente a la conversión, al rechazo del pecado. Nuestras oraciones y penitencias, en el curso de este Año Santo, deben ser una respuesta al pedido del Corazón doloroso e inmaculado de María hecho en las apariciones de Fátima, cuyo centenario celebraremos en el 2017.

Queridos amigos y bienhechores

No es necesario extenderse mucho para comprobar el estado de crisis en el que se encuentra nuestra Santa Madre Iglesia. Sin embargo, en estos últimos tiempos un cierto número de indicios inquietantes nos llevan a pensar que entramos en una fase todavía más intensa de desórdenes y confusión. La pérdida de la unidad en la Iglesia se hace cada vez más visible, tanto en el ámbito de la fe y de las costumbres, como en el de la liturgia y del gobierno, y no es aventurado presagiar un período muy difícil ante nosotros. A no ser por un milagro, se debe temer un tiempo en el que las almas estarán aún más abandonadas a sí mismas, sin encontrar un apoyo – tan necesario sin embargo– de parte de la jerarquía en su conjunto.

Una nueva misericordia al rescate de las reformas conciliares

Entre otros tantos ejemplos, consideremos para ilustrar lo que decimos una conferencia dada por el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, coordinador del grupo de cardenales a los que el Papa Francisco ha confiado la reflexión sobre la reforma de la Curia Romana. Esta conferencia, impartida el 20 de enero de 2015 en la Universidad Santa Clara (California) tiene el mérito de ofrecer un panorama de la visión que guía a los más cercanos consejeros del Papa. Una primera idea es que este último se propone realizar sus reformas – con lo que se debe entender el conjunto de las reformas emprendidas después del Concilio Vaticano II – de un modo tal que se conviertan en irreversibles. Además, en otros pasajes de la misma conferencia vemos expresada también esta voluntad de ya no volver para atrás.

El cardenal hondureño reconoce, no obstante, que las reformas que ya se han realizado se encuentran en peligro por haber provocado una grave crisis en la Iglesia. La razón es que toda reforma debe estar animada por un espíritu, que constituye su alma. Ahora bien, las reformas conciliares no respetaron este principio. Por el contrario, ellas se realizaron, nos dice, dejando intacto el viejo espíritu, el espíritu tradicional, lo que tuvo por consecuencia que estas reformas en parte no fueron comprendidas, y que no produjeron los efectos esperados, hasta el punto de provocar una especie de esquizofrenia en la Iglesia.

Con todo, el Cardenal Rodríguez Maradiaga afirma que no hay que volver para atrás. Empero, según él, lo que falta es infundir un espíritu que se corresponda con las reformas para así poder motivarlas y dinamizarlas. Este espíritu es la misericordia, y precisamente el Papa acaba de anunciar un Año Santo de la Misericordia…

sagrado corazon

La verdadera misericordia según el Sagrado Corazón

¿De qué se trata exactamente? En sí, la misericordia es una palabra que todo católico valora mucho, pues expresa la manifestación más emotiva del amor de Dios para con nosotros. En los siglos pasados, las apariciones del Sagrado Corazón no son sino una revelación más intensa de esta misericordia de Dios para con los hombres. Hay que decir lo mismo de la devoción al Corazón doloroso e inmaculado de María. Sin embargo, la verdadera misericordia, que implica ese primer movimiento tan conmovedor de Dios para con el pecador y su miseria, continúa en un movimiento de conversión de la creatura hacia Dios: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Eze 33, 11). De allí la insistencia de los Evangelios sobre el deber de conversión, de renuncia y de penitencia. Nuestro Señor llegó a decir: “Si no hacéis penitencia, todos pereceréis” (Luc 13, 5). Este llamado a la conversión constituye el centro del Evangelio, que podemos ver tanto en San Juan Bautista como en San Pedro. Cuando los pecadores, conmovidos por la predicación, preguntan qué deben hacer, escuchan sólo estas palabras: “convertíos y haced penitencia”. La Santísima Virgen en sus apariciones en estos últimos siglos, tanto en La Salette como en Lourdes o Fátima, no dice otra cosa: “oración y penitencia”.

Ahora bien, los actuales predicadores de una nueva misericordia insisten tanto en el primer paso que hace Dios hacia los hombres perdidos por el pecado, la ignorancia y la miseria, que demasiado a menudo omiten ese segundo movimiento que debe proceder de la creatura: el arrepentimiento, la conversión, el rechazo del pecado. Finalmente, la nueva misericordia no es sino una mirada complaciente del pecado. Dios os ama… pase lo que pase.

La nueva misericordia amputada del arrepentimiento

Desgraciadamente los ejemplos de misericordia dados por el Cardenal Maradiaga no dejan lugar a dudas, pues concede un lugar pleno en la vida de la Iglesia a los cristianos que han roto su matrimonio y han fundado una familia “recompuesta”. Sin más…. E incluso anuncia un cielo igual al de los santos para las personas que han abandonado la Iglesia cuando se encontraban en situaciones de pecado y, por supuesto, reprocha a los ministros el haber expresado su reprobación a estos pobres pecadores… ¡He aquí la nueva misericordia, la nueva espiritualidad que ha de fijar para siempre las reformas de las instituciones y de las costumbres de la Iglesia, tanto las que ya se han realizado desde el Concilio, como las nuevas que ahora se prevén! Esto es gravísimo, pero puede también ayudarnos a comprender por qué nos oponemos tanto a lo que se llama “el espíritu del Concilio”. En efecto, las reformas se han introducido en nombre de este nuevo espíritu, un espíritu que ciertamente no es tradicional. Nosotros afirmamos que este espíritu ha echado a perder todo en el Concilio, incluso las partes que se pueden entender de modo católico… Se trata de un espíritu de adaptación al mundo, de una mirada complaciente de sus caídas y tentaciones, en nombre de la bondad, de la misericordia, del amor. Así, por ejemplo, ya no se dice más que las otras religiones son falsas, afirmación que, sin embargo, es la del magisterio de siempre. Ya no se enseñan más los peligros del mundo, e incluso el diablo ha desaparecido casi por completo del vocabulario eclesiástico desde hace 50 años. Este espíritu explica los actuales sufrimientos de nuestra Santa Madre Iglesia, cuya autoridad disminuye a pesar de sus aperturas en la dirección del mundo, y que va perdiendo cada día más miembros, sacerdotes, y ve cómo disminuye su influencia en la sociedad contemporánea. Irlanda, antes tan católica, donde el “matrimonio” entre personas del mismo sexo acaba de ser legalizado, es un ejemplo patente.

¿Se puede mutilar la misericordia, separarla de una necesaria penitencia, como lo hace el Cardenal Maradiaga, con el fin confeso de devolver un nuevo espíritu a las reformas conciliares que están en ruptura con el espíritu tradicional? ¡Decididamente no! En esta conferencia que pronunció tres meses antes de la bula de convocatoria del Año Santo, ¿es el intérprete de las ideas del Papa Francisco? Es muy difícil saberlo siendo tan contradictorios los mensajes que llegan de Roma desde hace dos años, como reconocen ciertos cardenales en privado y muchos vaticanistas abiertamente.

Saber discernir entre una misericordia truncada y la misericordia cabal

¿Habrá que privarse por ello de las gracias de un Año Santo? Todo lo contrario. ¡Cuando las compuertas de la gracia se abren, hay que recibirla en abundancia! Un año Santo es una gran gracia para todos los miembros de la Iglesia. Vivamos, pues, de la verdadera misericordia, como nos lo enseñan todas las páginas del Evangelio y de la liturgia tradicional. En conformidad con el “discernimiento previo”[1] sobre el cual Mons. Lefebvre fundó el proceder de la Fraternidad San Pío X, en estos tiempos de confusión, rechacemos una misericordia truncada y vivamos plenamente de la misericordia cabal.

Una palabra que encontramos tan a menudo y que manifiestamente debe encontrarse en nuestros labios es miserere. Esta palabra señala, de nuestra parte, el reconocimiento de nuestra miseria y el llamado a la misericordia de Dios. La conciencia de nuestra miseria nos hace pedir perdón, nos llena de contrición, y va acompañada de la voluntad de no pecar más. El verdadero amor que inspira este movimiento nos hace comprender la necesidad de hacer reparación por nuestros pecados. De ahí el sacrificio expiatorio y satisfactorio. Estos diferentes movimientos son necesarios para la conversión que alcanza el perdón del Dios misericordioso, que – en verdad – no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Pretender la felicidad eterna es completamente ilusorio en quien no quiere romper con sus hábitos de pecado, no quiere seriamente huir la ocasiones de pecado, ni tomar la resolución de no volver a caer.

Predicar una misericordia sin la necesaria conversión de los pobres pecadores sería un mensaje vacío de sentido para el cielo, una trampa diabólica que tranquilizaría al mundo en su locura y su rebelión cada vez más abierta contra Dios. El cielo lo dice claramente: “de Dios, nadie se burla” (Gál 6, 7). La vida de los hombres en el mundo de hoy clama por todas partes la ira de Dios. La masacre, por millones, de los inocentes en el seno materno, la legalización de las uniones contra natura, la eutanasia, son otros tantos crímenes que claman al cielo, sin hablar de todas las clases de injusticias…

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La misericordia según el Corazón doloroso e inmaculado de María

Tomémonos en serio este llamado a la misericordia, pero ¡igual que los habitantes de Nínive! Vayamos en busca de las ovejas perdidas, recemos por la conversión de las almas, practiquemos en la medida de lo posible, todas las obras de misericordia, materiales y sobre todo espirituales, pues son ellas las que más se necesitan.

Si hace más de un siglo Nuestra Señora pudo decir que le costaba retener el brazo vengador de su Hijo… ¿qué no diría hoy?

En lo que a nosotros se refiere, queridos fieles, debemos aprovechar este Año Santo para pedir al Dios de la misericordia una conversión a la santidad cada vez más profunda, e implorar las gracias y los perdones de su misericordia infinita. Vamos a preparar el centenario de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima practicando y propagando con todas nuestras fuerzas la devoción a su Corazón doloroso e inmaculado, como Ella nos pidió. Seguiremos suplicando ahora y siempre que sus pedidos, en particular la consagración de Rusia, sean por fin escuchados como se debe. No hay ninguna oposición entre estos pensamientos dirigidos a María y el Año de la Misericordia, ¡todo lo contrario! No separemos a quienes Dios quiere ver unidos: los dos Corazones de Jesús y de María, como lo ha explicado Nuestro Señor a Sor Lucía de Fátima. Cada distrito de la Fraternidad os comunicará las obras particulares a practicar para beneficiarse con todas las gracias que la Misericordia divina nos concederá durante este Año Santo.

Así colaboraremos de la mejor manera posible con la voluntad misericordiosa de Dios de salvar a todos los hombres de buena voluntad.

Que Nuestro Señor os bendiga por vuestra generosidad, y en este día de Pentecostés, os conceda sus gracias abundantes de fe y de caridad.

+Bernard Fellay
Domingo de Pentecostés, 24 de mayo de 2015

[1] “En la práctica, nuestra actitud debe fundarse en un discernimiento previo, necesario para la circunstancia extraordinaria que significa un papa ganado por el liberalismo. He aquí ese discernimiento: cuando el papa dice algo que es conforme a la tradición, le seguimos; cuando dice algo contrario a nuestra fe, o cuando alienta, o deja hacer algo que daña nuestra fe, ¡entonces no podemos seguirle! Y esto por la razón fundamental de que la Iglesia, el papa, la jerarquía están al servicio de la fe. No son ellos quienes hacen la fe; deben servirla. La fe no se hace, es inmutable, se transmite.” Mons. Lefebvre, Le destronaron, Voz en el Desierto, México, 2002, pág. 263.

Comunicado de la Casa General de la Fraternidad San Pío X con motivo de la consagración episcopal del R. P. Faure

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Este 19 de marzo de 2015 Mons. Richard Williamson ha procedido a la consagración episcopal del R. P. Jean-Michel Faure en el monasterio benedictino de Santa Cruz (Nova Friburgo, Brasil).

Monseñor Williamson y el R. P. Faure no son miembros de la Fraternidad San Pío X desde 2012 y 2014 respectivamente, en razón de las vivas críticas que formularan contra toda relación con las autoridades romanas, denunciando que representaban – según ellos – una traición a la obra de Mons. Marcel Lefebvre.
La Fraternidad San Pío X deplora que este espíritu de oposición resulte en esta consagración episcopal. En 1988 Mons. Lefebvre había manifestado claramente su intención de consagrar obispos auxiliares, sin jurisdicción, y en razón del estado de necesidad en el que se encontraban la Fraternidad San Pío X y los fieles católicos, con el único fin de permitir a estos fieles recibir los sacramentos a través del ministerio de los sacerdotes que iban a ser ordenados por estos obispos. Tras de haber hecho todo lo que estaba a su alcance ante la Santa Sede, Mons. Lefebvre procedió a las consagraciones el 30 de junio de 1988, hechas solemnemente en presencia de varios miles de sacerdotes y fieles, y de algunos cientos de periodistas del mundo entero. Todo mostraba que este acto, no obstante la ausencia de autorización de Roma, se realizaba públicamente por el bien de la Iglesia y de las almas.
La Fraternidad San Pío X denuncia la consagración episcopal del R. P. Faure, que, a pesar de las afirmaciones del consagrante y del consagrado, no se parecen en nada a las consagraciones de 1988. En efecto, todas las declaraciones de Mons. Williamson y del R.P. Faure demuestran constantemente que ya no reconocen las autoridades romanas, salvo de modo puramente retórico.
La Fraternidad San Pío X reafirma que el estado actual de necesidad en la Iglesia legitima su apostolado en el mundo entero, sin dispensarla de reconocer las autoridades eclesiásticas, por las cuales sus sacerdotes rezan en cada misa. Ella desea guardar el depósito de la fe y de la moral, oponiéndose a los errores – sea cual fuere su procedencia –, a fin de transmitir aquellos tesoros a través de la liturgia tradicional y la predicación, y en el espíritu misionero de su Fundador: Credidimus caritati (1 Jn. 4,16).

Menzingen, 19 de marzo de 2015

TABLAS QUEBRADAS, PÉTREA SOLIDEZ Modernismo e Iglesia, en la encíclica “Iucunda sane”

PAISAJE

Vieja barca de tablas carcomidas y de maderas por olas quebradas. Piedra fuerte, cima armada, alcázar, refugio, muralla; arx.(1)

Con estos términos y en figuras tan contrastantes describía la Iglesia San Gregorio Magno hace catorce siglos. Y con tales imágenes, cien años ha, San Pío X refería la situación que él vivía. Fácil nos resulta comprender la imagen de la barca con tablas quebradas al sufrir la agitación que vive hoy la Iglesia Romana. Vieja barca de maderas quebradas y, sin embargo, pétrea solidez en la fe de Cristo apoyada.

Aprovechemos pues, estimados lectores, esta editorial para concluir el año centenario de San Pío X, recordando su visión de la Iglesia y del mal del modernismo descripta en la encíclica “Iucunda sane” del 12 de marzo de 1904, al cumplirse el décimo tercer centenario de la muerte del Papa San Gregorio Magno.

San Gregorio Magno en “Iucunda sane”

“Cuando Gregorio asumió el supremo pontificado, era grande la perturbación de la sociedad; casi extinguida la vieja cultura, el imperio romano decaía dominado e invadido por toda suerte de barbarie… El mismo Gregorio describe la Iglesia de Roma: una vieja nave, deshecha por la violencia… que hace agua por todas partes, rota a diario por los embates de la tempestad y cuyas tablas carcomidas anuncian el naufragio”.(2) Tablas carcomidas, maderas quebradas; barca que por todas partes hace agua.

Sin embargo, “es de admirar todo lo que hizo en poco más de trece años de pontificado. Sobresalió en la restauración de la vida cristiana en general”. Fieles, religiosos, clero y obispos sintieron su fuerza y ejemplo. Roma, Italia toda, Francia, España, África se vieron bendecidas por la preocupación constante de tal padre y pastor. Coronación de su celo fue la conversión del británico pueblo. Finalmente, gracias a San Gregorio Magno, “una sociedad inspirada en el cristianismo sustituía a la romana que, con el transcurso del tiempo, había dejado de existir”.

wpid-int-71403.jpgLa pétrea solidez de la fe de Cristo

Su obra fue obra de Dios. En efecto, “tenía una increíble fuerza de espíritu, a la que continuamente proporcionaba nuevo aliento su fe viva en la palabra segura de Cristo y en sus divinas promesas. También confió plenamente en el poder divino entregado a la Iglesia, para poder cumplir bien su ministerio en la tierra”.(3)

En todo caso, los rumores de guerra angustian el corazón. Las sombras de muerte debilitan la razón. Ante esta pesadumbre de temor y pánico, el alma clama, ayer y hoy, por la paz. “El deseo de paz conmueve sin duda el corazón de todos y no hay nadie que no la reclame con vehemencia”.

Ante lo cual San Pío X exclama: “El recuerdo de todo esto, Venerables Hermanos, Nos conforta gratamente… La eficacia divina de la Iglesia no ha disminuido con el paso del tiempo, ni las promesas de Cristo han traicionado la esperanza; esas promesas son las mismas que fortalecían el ánimo de Gregorio, y las que Nos fortalecen por encima de tantas dificultades actuales y vicisitudes por las que estamos atravesando… La Iglesia, fiel a su propia naturaleza, sin romper jamás el lazo que la une al celestial Esposo, vive hasta hoy como una flor de juventud perenne, sostenida por la fuerza que proviene del corazón traspasado de Cristo muerto en la cruz”. La cierta confianza en la promesa de Cristo hace exclamar a San Pío X: in arce Ecclesiæ sanctæ tutos Nos esse sentimus; Nos sentimos seguros en la roca-fortaleza de la Santa Iglesia”.

“¿Quién ignora, escribía Gregorio al patriarca Eulogio de Alejandría, que la Iglesia Santa se apoya en la solidez del Príncipe de los Apóstoles, solidez que nos hace recordar que el nombre de Pedro proviene de piedra?” Pétrea solidez la de nuestra Iglesia, cima armada, seguro refugio.

Tablas carcomidas por el modernismo

La certeza de la indefectibilidad divina no le impide a San Pío X ver los conatos del infierno para destruir la Iglesia. Y hay veces que la barca de Pedro tanto es golpeada por las olas infernales que sus carcomidas tablas truenan amenazantes. Fue así como desde el inicio de su pontificado nuestro Santo Patrono denuncia el mal del modernismo. En “Iucunda sane”, a siete meses de asumir el Papado, lo hace con rápidas pinceladas magistralmente completadas luego por la “Pascendi” —tres años después—. Con palabras plenas de actualidad San Pío X describe el hodiernus hic error idemque maximus:

“Este error moderno, el mayor de todos y del que proceden los demás, es la causa, que tanto nos duele, de la pérdida de la salvación eterna de los hombres y de los muchos daños que sufre la religión, que se harán mucho peores si no se les aplica la medicina. Niegan la existencia de todo orden sobrenatural: que Dios sea el creador de todas las cosas y que su providencia gobierne todo; niegan que haya milagros y, negándolos, necesariamente destruyen los fundamentos de la religión cristiana. Atacan los argumentos que demuestran la existencia de Dios, y con increíble temeridad —contra los primeros principios de la razón—, se rechaza el poderoso argumento, que no admite prueba en contrario, de que la causa, es decir Dios y sus atributos se conocen por los efectos”.

Señala así San Pío X que el error comienza en el campo filosófico; primero destruye el saber natural para luego destruir la revelación sobrenatural: “Proponen una ciencia falsa que por necesidad les lleva a conclusiones también falsas. Es evidente que todo es confusión, si se parte de un falso principio filosófico”.(4)

De ahí que nuestro venerado fundador, transmitiendo la enseñanza de los Papas, mandó que Santo Tomás de Aquino no sólo fuese nuestro maestro en teología sino también en filosofía.

Se llega al extremo de disolver la unidad de la familia

Continúa la encíclica adelantándonos lo que hoy los católicos perplejos presencian con las discusiones del Sínodo de la Familia: “No son menos dolorosas las desgracias que, para las costumbres humanas y para la vida de la sociedad civil, se siguen… No queda nada para controlar las pasiones desatadas y nefandas… De suerte que Dios los abandonó a los deseos de su corazón, a los vicios de la impureza, en tanto grado, que ellos mismos deshonraron sus propios cuerpos… Se llega al extremo de disolver la unidad de la familia, que es el primer y más firme fundamento de la sociedad civil”.

Y como quien hubiese escuchado un sermón en alguna parroquia o participado en reunión del moderno episcopado: “se equivocan por completo los que, dedicándose a hacer el bien, sobre todo en los problemas del pueblo, se preocupan mucho del alimento y del cuidado del cuerpo, y silencian la salvación del alma y las gravísimas obligaciones de la fe cristiana”.

La piedra del Magisterio infalible

Hoy por hoy muchos católicos conservadores se escandalizan ante estas extremas consecuencias de los principios modernistas pues se habían obstinado a justificar los cambios revolucionarios del Concilio Vaticano II dándole una interpretación en continuidad. Hoy ya no lo pueden hacer. Confundidos quedan. Otros, perdiendo la fe en la divinidad de la Iglesia, la toman como una mera institución humana. Sin embargo, las promesas de Cristo no han traicionado la esperanza.

En efecto, antes de la crisis modernista, el cielo nos dio la gracia de la certeza del magisterio infalible que, cual firme piedra, permite soportar la tormenta tempestuosa que actualmente sufrimos. En su encíclica en honor a la Virgen María, “Ad diem illum laetissimum”, San Pío X atribuye a la Inmaculada la definición de la infalibilidad magisterial. En pregunta retórica dice: “¿qué del magisterio infalible de los Pontífices proclamado tan oportunamente contra los errores que surjan en el futuro?” (5) Nuestro Protector vio con sobrenatural intuición la necesidad que tendríamos los católicos del siglo XXI de la solidez pétrea de un magisterio firme e infalible, como fue el de los Papas antes de la infestación modernista en y post Vaticano II, para resistir a “los errores que surjan en el futuro”.

Que en este año centenario de su muerte nuestro Patrono San Pío X nos dé la gracia de unir, en nuestro combate, una visión aguda y certera contra las tablas carcomidas del modernismo junto a la pétrea solidez de la fe y esperanza en el magisterio infalible, ciudadela imbatible.

Padre Mario Trejo
Superior de Distrito América del Sur

NOTAS:

1. La palabra latina arx, arcis significa alcázar, ciudadela; altura, cima; punto culminante; plaza fuerte, refugio, muralla.

2. El texto latino guarda su natural riqueza de belleza y precisión: “vetustam navim vehementerque confractam… undique enim fluctus intrant, et quotidiana ac valida tempestate quassatæ putridæ naufragium tabulæ sonant”.

3. “Vivida fides in Christi verbo certissimo in eiusque divinis promissis et máxima fiducia in collata divinitus Ecclesiae vi”.

4. “Falso nempe philosophiae principio corrumpi omnia necesse est”.

5. “Quid de inerranti pontificum magisterio tam apte ad mox erupturos errores adserto?”