La revolución de Octubre del Vaticano II

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El primer encuentro de trabajo, incluida la Misa, había durado sólo cincuenta minutos. Al salir del aula conciliar, un obispo holandés voceó a un sacerdote amigo suyo desde alguna distancia: “¡Ha sido nuestra primera victoria!”
Las diferentes conferencias episcopales nacionales se pusieron inmediatamente a trabajar en la confección de sus listas. Los obispos alemanes y austríacos, dados sus lazos lingüísticos, decidieron establecer una lista combinada. Los dos cardenales alemanes no eran elegibles, por ser el card. Frings miembro de la Presidencia del Concilio, y al card. Julius Döpfner, de Munich, miembro del Secretariado de Asuntos Extraordinarios del Concilio. Sin embargo el card. Franziskus König, de Viena, que no ocupaba ningún puesto en el Concilio, quedó pronto ubicado a la cabeza de la lista de candidatos a la comisión más importante de todas, la Comisión Teológica. El finalizar las discusiones, el grupo germano-austríaco disponía de una lista de veintisiete candidatos: tres austríacos, veintitrés alemanes, y un obispo de Indonesia nacido en Holanda que había recibido su formación litúrgica en Alemania y Austria.
Otras conferencias episcopales preparaban sus listas de modo similar. Canadá tenia doce candidatos; Estados Unidos, veintiuno; Argentina, diez; Italia, cincuenta. Los superiores generales presentaron a seis de sus miembros para la Comisión de Religiosos, y uno para cada una de la demás comisiones.
Sin embargo, al irse formando las listas, el elemento liberal del Concilio comprendió con inquietud que su propuesta de elaborar listas separadas por conferencias episcopales no constituía una salvaguarda real contra el dominio ultraconservador de las comisiones. En efecto, en aquellos tempranos días del Concilio se pensaba que países como Italia, España, los Estados Unidos, el Reino Unido y Australia, y toda Iberoamérica, se alinearía con los conservadores. Sólo Italia tenía en torno a 400 Padres conciliares, los Estados Unidos unos 230, España cerca de 80, e Iberoamérica casi 650. Europa tenía más de 1100, incluyendo los italianos y los españoles. África, con sus casi 300 votos, estaba en alero, y podía ser ganada para cualquiera de los dos bandos. Tales consideraciones impulsaron a los obispos de Alemania, Australia, y Francia a proponer una lista combinada con los obispos de Holanda, Bélgica y Suiza. Al mismo tiempo, el obispo holandés Joseph Blomjous, quien regía la diócesis de Mwanza (Tanzania), junto con el arzobispo Jéan Zoa, de Yaoundé (Camerún), nacido en África, se había ocupado de organizar a los obispos de África anglófona y francófona. Ellos ofrecieron su lista de candidatos al grupo encabezado por el card. Frings, asegurando así numerosos votos africanos.
Los seis países europeos, que formaban ahora una alianza de hecho, aunque no nominal, encontraron candidatos adicionales de tendencia liberal entre cardenales, arzobispos y obispos de otros países. Así incorporaron en sus listas a ocho candidatos de Italia, ocho de España, cuatro de Estados unidos, tres del Reino Unido, tres de Australia, y dos de Canadá, India, China, Japón, Chile y Bolivia. Otros cinco países estaban representados con un candidato cada uno, y África por dieciséis. Esta lista del card. Frings vino a ser denominada la lista “internacional”, y contenía 109 candidatos cuidadosamente seleccionados para garantizar una amplia representación de la alianza europea en las diez comisiones.

LA ALIANZA EUROPEA

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La cuestión crucial que se planteaba ante los Padres conciliares era la composición de las diez comisiones conciliares. Los obispos alemanes discutieron posibles candidatos en la residencia del Card. Joseph Frings, arzobispo de Colonia (Alemania), de setenta y cinco años, cuyas dinámicas cualidades de liderazgo no se veían menoscabadas por la debilidad, la edad ni su ceguera parcial. Se suscitó un considerable revuelo cuando alguien informó que la Curia romana había preparado una lista de candidatos para distribuirla en el momento de la elección. Con objeto de contrarrestar este movimiento, se propuso que debía permitirse a cada conferencia episcopal nacional nombrar sus propios candidatos para cada comisión. El Card. Frings, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, supo después que el Card. Achille Liénart, Obispo de Lille, de setenta y ocho años de edad y presidente de la Conferencia Episcopal Francesa, tenía la misma idea. Los dos cardenales acordaron pues un plan de acción.
Tras la Misa que abrió la I Congregación General el 13 de octubre los Padres conciliares recibieron tres folletos preparados por el Secretario General. El primero contenía una relación completa de los Padres conciliares, todos ellos elegibles a menos que ocuparan ya algún puesto. El segundo era una lista de los Padres conciliares que habían participado en las diversas comisiones preparatorias del Concilio. Era la denominada lista “curial”, que había provocado tanta agitación entre los obispos alemanes. Como explicó después el Secretariado General, la lista se preparó simplemente como una ayuda para los Padres conciliares, de modo que éstos pudiesen ver quiénes tenían ya experiencia en cada área concreta. Pero como todos los miembros de las comisiones preparatorias habían sido designados por la Santa Sede, algunos Padres conciliares se sintieron agraviados por esta lista. El tercer folleto incluía diez páginas con dieciséis espacios en blanco numerados consecutivamente en cada página, en los cuales los Padres conciliares debían escribir los candidatos de su elección.
Cada una de las diez comisiones conciliares debía estar presidida por un cardenal nombrado por el Papa, y constaban de veinticuatro miembros, dos tercios elegidos por los Padres conciliares y un tercio designados por el Papa. Los nombramientos papales se harían tras el anuncio del resultado de las elecciones.

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El arzobispo Pericle Felici, Secretario General del Concilio, se encontraba explicando a la asamblea de Padres, en su fluido latín, el procedimiento electoral cuando el card. Lienart, que ejercía como uno de los diez presidentes conciliares (los cuales se sentaban en una larga mesa presidiendo el aula conciliar), se levantó de su asiento y pidió la palabra. Expresó su convicción de que los Padres conciliares necesitaban más tiempo para estudiar la cualificación de los diversos candidatos. Según explicó, tras consultar con las conferencias episcopales nacionales todos sabrían quiénes eran los candidatos más cualificados, y sería posible votar con conocimiento de causa. Solicitó un aplazamiento de algunos días para votación.
La sugerencia fue recibida con aplausos, y tras un momento de silencio el card. Frings se levantó para secundar la moción. También él fue aplaudido.
Tras una apresurada consulta con el card. Eugène Tisserant, quien como primero de los presidentes del Concilio dirigía la asamblea, el arzobispo Felici anunció que la Presidencia del Concilio había accedido a la petición de los dos cardenales. La sesión fue suspendida hasta las nueve de la mañana del 16 de octubre.

“El Rin desemboca en el Tíber” edic. Criterio pág. 20-24