No soy, como no dejan de escribir, «el jefe de los tradicionalistas».

Archbishop Marcel Lefebvre4

Ante todo debo disipar un malentendido, para no tener luego que volver a él: no soy un jefe de movimiento y aún menos el jefe de una iglesia en particular. No soy, como no dejan de escribir, «el jefe de los tradicionalistas». Hasta se ha llegado a decir que ciertas personas son «lefebvristas», como si se tratara de un partido o de una escuela. Aquí hay un equívoco verbal. No tengo doctrina personal en materia religiosa. Toda mi vida me atuve a lo que me enseñaron en el seminario francés de Roma, es decir, la doctrina católica según la transmisión que de ella hizo el magisterio de siglo en siglo desde la muerte del último apóstol, que marca el fin de la Revelación.

En esto no debería haber un alimento apropiado para satisfacer el apetito de lo sensacional que sienten los periodistas y a través de ellos la actual opinión pública. Sin embargo, toda Francia se conmovió el 29 de agosto de 1976 al enterarse de que yo iba a decir misa en Lille. ¿Qué había de extraordinario en el hecho de que un obispo celebrara el Santo Sacrificio? Tuve que predicar ante una gran cantidad de micrófonos y cada una de mis palabras era saludada con estrépito. Pero, ¿decía yo algo que no hubiera podido decir cualquier otro obispo?

¡Ah! Aquí está la clave del enigma: desde hace varios años los otros obispos ya no dicen las mismas cosas.

¿Se los ha oído hablar acaso a menudo del reino social de Nuestro Señor Jesucristo, por ejemplo?

Mi aventura personal no cesa de asombrarme: esos obispos, en su mayor parte, fueron mis condiscípulos en Roma, se formaron de la misma manera. Y de pronto yo me encontraba completamente solo. Ellos habían cambiado, ellos renunciaban a lo que habían aprendido. Yo no había inventado nada nuevo, continuaba en la línea de siempre.

Tomado de: «Carta abierta a los católicos perplejos», Mons. Marcel Lefebvre

Sobre la confesión.

Pues, creedme, dice San Bernardo, lo que se ha podado retoña, lo huido vuelve, lo extinguido se enciende de nuevo, lo adormecido despierta otra vez. Poco es podar una vez sola: es necesario podar muchas veces; siempre, si es posible: por que; si quieres confesar la verdad, siempre hallarás alguna cosa que podar.

SS Apóstoles Pedro y San Pablo

San Pedro y San Pablo - Fernádnez Navarrete

San Pedro, príncipe de los apóstoles, cabeza visible de la Iglesia de Jesucristo, columna inmoble de la fe, como habla el concilio Efesino, piedra y hasta de la religión, como se explica el Calcedonense, vicario de Jesucristo en la tierra, cimiento dice San Agustin, sobre que se fundó, y sobre que subsiste la santa Iglesia; se llamaba Simon antes de suvocación al apostolado. Fue de Bethsaida, pueblo pequeño, hijo de Jonas, de condición muy oscura, pescador de profesión, pero hombre de mucha bondad. No se sabe de cierto el año de su nacimiento; solo es muy verosímil que era de más edad que el Salvador.

San Pablo, apóstol, doctor de las gentes y oráculo del mundo, fue judío de la tribu de Benjamin, y se llamaba Saulo. Nació en Tarso, ciudad celebre de Cílicia, dos años después del nacimiento de nuestro Señor: por su nacimiento era ciudadano romano, privilegio que concedió el emperador Augusto a los tarsenses en premio de su fidelidad. Su padre, que profesaba la secta de los fariseos, le envió a Jerusalén, siendo aun muy niño, para que le educase y le instruyese en ella Gamaliel, enseñándole la doctrina de la ley y de las tradiciones.

Himno 

La eterna Luz hermosa con ardores

Este día feliz ha iluminado,

Coronado de bellos resplandores

Los Príncipes del sacro Apostolado:

Y franqueando a los reos la carrera,

Que conduce a los gozos de la Esfera.

El Maestro del mundo y el Portero

Del celestial Alcazar, los sagrados

padres de Roma, que del mas severo

Tribunal son los jueces señalados,

Este muriendo en Cruz, aquel a espada

En el Senado logran hoy la entrada.

O feliz Roma, ilustre, esclarecida,

Pues eres con la sangre consagrada,

De dos príncipes nobles, y teñida

Con su coral, te miras adornada:

Tú mereces el ser dichosamente

Entre las hermosas excelente.

Sea a la Trinidad la gloria dada

El honor y alabanza sempiterna,

El gozo y potestad mas elevada

En unidad perfecta, que gobierna

Todas las cosas sabia y rectamente

Por los siglos sin fin eternamente.

Amen.

Tomado de: «Novísimo Año Cristiano, o ejercicios devotos para todos los días del año, P. Juan Croisset»

Por sus frutos…

Sacerdote con sotana de super heroes pistola de agua

“Los feligreses juzgan la religión por el sacerdote. «¡Anda! —dicen—, mira a ese vicario que acaba de llegar». Muy pronto saben con quien están tratando. ¿Qué es lo que prueba a la gente la verdad de la Iglesia? La santidad: eso se ve. Es preciso que la gente sepa que su sacerdote es un hombre de Dios y no un lugareño mediocre, aburguesado, que se va de vacaciones como los demás, o  un hombre «bien situado» sin más.”

Sacerdote

 Monseñor Marcel Lefebvre, Conferencia espiritual en Friburgo, 25 XI 1969.

Sagrado Corazón de Jesús

 

Altar en capilla del Priorato Nuestra Señora de Fatima en Guatemala.Jesús al alma: ¿Como piensas hallar en las criaturas lo que en ellas no existe? Ninguna da lo que no tiene. ¡Bienaventurado pues el que desprecia todo aquello que sirve solamente para engañar el corazón, que se sobrepone generosamente a cuanto puede impedir su verdadera felicidad, y busca sobretodo lo creado, le bienaventuranza en su creador!

El cristiano: Dios y Salvador mío, me creaste para la bienaventuranza… no he dejado de buscarla y sin embargo no la poseí ni la hallé. Mis apetitos y el mundo me decían: Hela aquí, hela allí. Creí insensato; y ciego con mis desordenados deseos, discurrí, hallé miseria y saboreé la amargura…. Buscando fuera de Ti la felicidad me aparté de ella acarreando la desdicha para la que no había nacido. ¡Dios y salvador mío¡ Abre mis ojos para que claramente vea tantos errores míos, y haz que libre de ellos, busque eficazmente en Ti la felicidad me es imposible hallar en las criaturas. (Imitación del corazón de Jesús.)

Oración.

Oh Corazón Santísimo de Jesús, que tanto gustas hacer bien a los pobres e instruir a quien desea aprovechar en la escuela de tu santo amor, tú me invitas de continuo a ser como tú, dulce y humilde de corazón. Haz que me persuada que para ganar tu amistad y ser verdadera discípula tuya, no puedo hacer nada mejor que procurar hacerme verdaderamente dulce y humilde. Concédeme, pues, la verdadera humildad que me tenga sometida a ti, que me haga soportar en silencio las pequeñas humillaciones, o mejor que me las haga aceptar de buena voluntad, con serenidad, sin excusas, sin lamentos, considerando que las merezco mayores y más abundantes. Oh Jesús, permíteme entrar en tu Corazón como en una escuela. Que en esa escuela aprenda la ciencia de los santos, la ciencia del amor puro. Oh Maestro bueno, que escuche con atención tu voz que me dice: aprended de mí que soy dulce y humilde de corazón y hallaréis el verdadero descanso del alma. (Cf.Sta MARGARITA M. ALACOQUE, La vida).

Altar en capilla del Priorato Nuestra Señora de Fatima en Guatemala.

 

Natividad de San Juan Bautista

San- Juan Bautista

La iglesia, dice San Bernardo, celebra la vida y la muerte de los demás santos, porque fueron santos; pero festeja el nacimiento temporal de San Juan Bautista, porque fue Santo el mismo nacimiento, y origen de una santa alegría. Es tan antigua la institución de esta solemnidad, que en uno de los sermones de ella dice San Agustin la celebraban ya los fieles de su tiempo como de tradición apostólica, y fue siempre tan solemne, que por algunos siglos se celebraban tres misas en este día como en el de navidad.

Habiendo dicho el ángel a Zacarías que el hijo que le anunciaba estaría lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, es evidente que San Juan conoció a Jesucristo y fue santificado antes de nacer. Por eso dice San Ambrosio que su padre Zacarías dirigió al mismo niño su cántico, bien persuadido a que le entendía; y San Gregorio asegura que antes de nacer estaba ya dotado del don de profecía.

Meditación

¿Qué vendrá a ser este niño? (Lc. 1, 66)

 El evangelio y la doctrina cristiana es la verdadera regla de las costumbres. Esta es aquella ley según la cual se juzga y se decide de nuestro eterno destino; las únicas pruebas de los autos son nuestras obras. ¿Queremos sabes cuál será aquella espantosa sentencia, de la cual no hay apelación? Pues consultemos nuestra conciencia y el Evangelio; no ignoramos las reglas, las máximas ni los preceptos del uno; y sabemos muy bien los desordenes, los delitos y los remordimientos de la otra. Todos son unos testigos que no podemos recusar; los hechos están probados, y nuestra propia conciencia los confiesa. Pues cotejemos estos hechos con el precepto; la ley está clara; con que parece que no es difícil averiguar cuál ha de ser la sentencia.

¡Ah Señor! ninguna cosa es más fácil de pronosticar, y más cuando vos os explicasteis tan claramente: El que no cree, ya está condenado. No es menester consultar el otro oráculo: El que como y bebe indignamente la carne y la sangre de Jesucristo, dice el apóstol, come y bebe su eterna condenación. Examinase cada uno según la religión y según el Evangelio, y fácilmente acertará lo que debe pensar de su eterna suerte y de su eterno destino.

Propósitos

¿Quieres saber lo que serás? Pues mira lo que eres. Tus máximas, tu devoción, tus costumbres y tu conducta son el horóscopo mas seguro. No cuentes con la vana esperanza de convertirte en edad mas madura; el tiempo no hace otra cosa que fortificar mas las malas inclinaciones. Si no enmiendas hoy, mañana serás peor. ¿Quieres tener un buen propósito de tu dichoso destino? pues comienza desde luego el edificio de la perfección sobre el plan que te haz formado.

Tomado de «Vida de santos para todos los días» del P. Croisset

¿Quién podría negar que los católicos de este final del siglo XX estén perplejos?

¿Quién podría negar que los católicos de este final del siglo XX estén perplejos? Basta con observar lo que pasa para persuadirse de que el fenómeno es relativamente reciente y que corresponde a los veinte últimos años de la historia de la Iglesia. Antes, el camino estaba perfectamente trazado; se lo seguía o no se lo seguía. Se tenía fe o se la había perdido o bien no se la había tenido nunca. Pero aquel que tenía fe, que había entrado en la santa Iglesia por el bautismo, que había renovado sus promesas aproximadamente a los once años, que había recibido al Espíritu Santo en el día de su confirmación, ése sabía lo que debía creer y lo que debía hacer.

Clown Mass

La misma palabra Perplejidad se encuentra en una alocución de S.S. Juan Pablo II del 6 de Febrero de 1981: «Los cristianos de hoy, en gran parte se sienten perdidos, confundidos, perplejos y hasta decepcionados.» El Santo Padre resumía las causas del modo siguiente: «Desde todas partes se han difundido ideas que contradicen la verdad que fue revelada y que se enseñó siempre. En los dominios del dogma y de la moral se han divulgado verdaderas herejías que suscitan dudas, confusión, rebelión. Hasta la misma liturgia fue violada. Sumergidos en un ‘relativismo’ intelectual y moral, los cristianos se ven tentados por una ilustración vagamente moralista, por un cristianismo sociológico sin dogma definido ni moral objetiva.»

Esta perplejidad se advierte en todo momento en las conversaciones, en los escritos, en los periódicos, en las emisiones radiales o televisadas, en el comportamiento de los católicos-, en quienes se traduce en una disminución considerable de la práctica piadosa, como lo atestiguan las estadísticas, en una pérdida de devoción por la misa y los sacramentos, en un relajamiento general de las costumbres.

misa estudiantil

En consecuencia, uno se ve obligado a preguntarse por la causa que determinó semejante estado de cosas. A todo efecto corresponde una causa. ¿Se trata de la fe de los hombres que disminuyó por un eclipse de la generosidad del alma, del apetito de goces, de la atracción de los placeres de la vida y de «las múltiples distracciones que ofrece el mundo moderno? Ésas no son las verdaderas razones que, de un modo u otro, siempre existieron; la rápida caída de la práctica religiosa se debe más bien al espíritu nuevo que se introdujo en la Iglesia y que suscitó sospechas sobre todo un pasado de vida eclesiástica, de ENSEÑANZA Y DE PRINCIPIOS DE VIDA. ANTES TODO SE fundaba en la fe inmutable de la Iglesia transmitida por los catecismos que eran reconocidos por todos los episcopados.

La fe se sustentaba en certezas; al quebrantarse éstas se ha sembrado la perplejidad.

«Carta abierta a los católicos perplejos», Mons. Marcel Lefebvre,