Santa Ana, Madre de la Santísima Virgen.

20130725-231802.jpg

No se puede formar concepto más noble, más elevado ni mas cabal del extraordinario mérito, de las heroicas virtudes y de la sublime santidad de Santa Ana, que diciendo fue madre de la Madre de Dios. Esta augusta cualidad comprende todos los honores, excede todos los elogios; y así como el mismo Espíritu Santo no pudo decir cosa mayor de María, que decir que de ella nació Jesús, de qua natus est Jesus, así también no es posible elogio más glorioso de santa Ana, que afirmar que de ella nació Maria.

Meditación de la devoción a Santa Ana

Considera que la devoción a los Santos se funda en el amor que Dios les tiene, y en el que ellos tiene a Dios; en la dicha que gozan de ser agradables a Dios y amigos suyos; de poseerle sin temor de perderle ni de caer jamas en su desgracia; en el valimiento que logran con él; y en fin, en la caridad con que nos miran desde aquella feliz estancia de la gloria. Todos los Santos merecen nuestra veneración, nuestro profundo respeto, nuestro amor y nuestra confianza. Pero entre todos los Santos después de la Reina de todos ellos, ¿Quién merecerá más que santa Ana nuestra veneración y nuestros cultos? Fue abuela de Jesucristo según la carne, madre de la santísima Virgen; pues ¡qué clase tan distinguida en aquella augusta corte! ¡cuanto será su valimiento con su nieto el Salvador del mundo, con el Dios de todo consuelo y padre de misericordia! Si se hubieran hallado diez solo hombres justos en las cinco ciudades más abominables de la tierra, en atención a ellos se hubiera aplacado la cólera de Dios. ¡Cuántas veces perdonó a un pueblo ingrato, impío y duro a ruegos de su siervo Moises! ¡Cuántas se movió a compasión el mismo Dios! por explicarme de esta manera; ¡Cuántas dejó de castigar a príncipes y vasallos irreligiosos en consideración de David! Pues ¿Quién ha de imaginar que un Dios de infinita bondad deje de hacer el mayor aprecio de la abuela de su querido Hijo, y madre de una Hija tan privilegiada y tan querida? En cierto modo se puede decir que la sangre de santa Ana corrió por la venas de Jesucristo; por tanto parece que esta gran Santa tiene particular derecho a sus méritos, a sus favores y a sus gracias; baste que se interese por alguno para que sea dichosa su suerte. ¿Negara Cristo cosa alguna a su Madre? ¿y la Madre de Dios podrá negarla a la suya? De alguna manera se pudiera decir que su valimiento con Dios todo lo puede, y que su poder es sin limites. ¿Qué confianza mejor fundada que la que estriba en el valimiento de la que fue madre de la Madre de Dios? pues ¿Qué devoción mas justa? Dichosos aquellos que se la profesan particular a la mayor Santa que parece hay e el cielo después de María, y que llenos de confianza en su poderosa protección, la honran constantemente toda la vida.

Para la imagen: Después de tu Hija eres bendita del Altisimo sobre todas las mujeres de la tierra. (Judith xiii)

Tomado de: Ejercicios devotos para todos los días del año, P. Juan Croisset de la compañía de Jesús, enero de 1854.

Santiago el Mayor, Apóstol.

Santiago el Mayor, Apóstol.

Santiago llamado el Mayor para distinguirlo del otro apóstol Santiago, primo del Señor, era el hermano de Juan. Con Pedro y Juan, fue uno de los tres testigos de la transfiguración, como iba a serlo también de la agonía en el huerto de Getsemaní. Fue decapitado en Jerusalén el año 42 o el 43, por orden de Herodes Agripa.
Desde el siglo IX, España reivindica la gloria de poseer sus reliquias. La peregrinación a Dantiago de Compostela atrajo en la Edad Media infinidad e multitudes; fue la peregrinación más célebre y la más frecuentada de la cristiandad, después de las de Roma y Jerusalén.

«Te pedimos!, Señor, que el glorioso martirio del apóstol Santiago te haga agradables las ofrendas de tu pueblo y puesto que nada valen por nuestros méritos, las hagas aceptos su intercesión».
Secreta de la Santa Misa del día.

A los seminaristas

20130724-082224.jpg

“Nuestro combate es sobrenatural, contra las potencias espirituales del demonio y de sus ángeles malvados; un combate de gigantes, no un combate de discusiones, de justas intelectuales. Al ingresar al seminario ustedes entran en la historia de la Iglesia y llevan adelante un combate que no está en el plano natural; de lo contrario, se sitúan fuera de la verdad. Nuestro combate se sitúa a nivel de la gracia divina. Prepárense filosóficamente, pero la gracia que convierte a las almas no la obtendrán más que por la oración, el sacrificio, la mortificación y la santidad vivida”.

Consejos que Monseñor Lefebvre daba a sus seminarista

Análisis de lumen fidei, la primera encíclica del Papa Francisco

Imagen

19-07-2013
Filed under Desde Roma, Noticias

Lumen fidei afirma ser una «continuidad con todo lo que el magisterio de la Iglesia se ha pronunciado»; por lo tanto hay una explícita referencia – pero sólo en una nota al pie del Capítulo 3 de la Constitución Dei Filius del Concilio Vaticano Primero (no. 7, nota 7). También es acerca de la «fe que se recibió de Dios como un regalo supernatural» (no. 4), y especifica que la fe es una virtud «teológica» y «supernatural» dada por Dios (no. 7). Del mismo modo leemos: «Puesto que la fe es una, tiene que ser profesada en toda su pureza e integridad» (no. 48); ni un solo artículo del Credo se puede negar; hay una necesidad de una vigilancia para asegurarse de que el depósito de la fe se transmita «en su totalidad» (no. 48). Pero esas son las únicas huellas de la enseñanza tradicional.
Todo el resto de la Encíclica entierra estos conceptos y posee pocas alusiones en un contexto que es bastante extraño para ellos. Este contexto conecta la idea de la fe con la idea de la experiencia y de encuentro personal, que establece una relación entre el hombre y Dios, sin dejar claro si se trata de la relación intelectual del conocimiento [1] o la relación afectiva del amor. [2] Tampoco está muy claro si este encuentro personal corresponde a las profundas necesidades de la naturaleza o si lo supera, introduciendo al hombre en un orden concreto sobrenatural. [3] El problema se agrava por el hecho de no citar a las nociones clásicas de la natural y sobrenatural en la descripción esta relación: es sobre todo una cuestión de la existencia [4].
La idea central es que la fe es ante todo existencial, el producto de un encuentro con el Dios vivo que revela el amor y la lleva a la comunión (no. 4, N º 8). Es esencialmente dinámica, la apertura a la promesa de Dios y de la memoria [esa promesa sobre] el futuro (n º 9), la apertura al amor (n º 21, N º 34), el apego a la fuente de la vida y de toda paternidad (n º 11), una experiencia de amor (n º 47). Se trata de «la voluntad de dejarnos transformar y renovar constantemente por el llamado de Dios» (n. 13).
No existe una definición de lo que es una virtud teologal, y el lector buscará en vano una definición específica de las tres virtudes teologales, que por lo tanto se confunden. No es la fe en relación con la autoridad de Dios que revela (la palabra «autoridad» aparece una vez, en el numeral 55, pero en referencia a otro tema). El depósito de la fe revelada sólo se menciona en el numeral 48, pero no se define-en particular el hecho de que se terminó con la muerte del último apóstol.
El numeral 18 recuerda que «la fe cristiana es la fe en la encarnación del Verbo y su resurrección corporal. Es la fe en un Dios que está tan cerca de nosotros, que entró en la historia humana», pero hay que admitir que es bastante difícil recitar el acto de fe sobre la base de las consideraciones que aquí se proponen, según la cual la fe no se basa en la autoridad de Dios que no puede engañarse ni engañarnos, sino más bien en la «absoluta fiabilidad del amor de Dios» (n. 17 ), y en la fiabilidad de Jesús «…basado en su filiación divina» (ibid.). En otras palabras: Creo en Dios porque él es amor y no porque sea veraz.
Nos encontramos en la nota 23 un extracto de Dei Verbum que habla de «un sentimiento dispuesto a la revelación dada por Dios», que requiere «la gracia de Dios, anticipando y ayudando a que, al igual que los auxilios interiores del Espíritu Santo, que mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y hace que sea fácil para que todos puedan aceptar y creer la verdad «(n. 29). Sin embargo, aún en la encíclica se lee: «El credo no sólo implica dar el asentimiento de uno a un cuerpo de verdades abstractas, sino cuando se recita toda la vida se dibuja un camino hacia la plena comunión con el Dios vivo» (no. 45).
La necesidad de la fe para ser salvo se presenta de una manera no directa: el comienzo de la salvación es «la apertura a algo anterior a nosotros mismos, a un don fundamental que afirma la vida y la sostiene en el ser» (n. 19). O bien: «La fe en Cristo trae salvación porque en él nuestras vidas se abren radicalmente » (n. 20). Esto está lejos de la claridad del Evangelio: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda la creación. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado «(Marcos 16:15-16). Por el contrario, el numeral 34 dice: «La luz del amor propio de la fe puede iluminar las cuestiones de nuestro tiempo sobre la verdad… Como verdad del amor, no es una que se puede imponer por la fuerza, no es una verdad que ahoga al individuo. Desde que nace del amor, que puede penetrar en el corazón, al núcleo personal de cada hombre y mujer. Es evidente, pues, la fe no es intransigente, pero crece en la convivencia respetuosa con los demás.»
Por cierto, cabe preguntarse sobre la eficacia de la catequesis de la definición del Decálogo dado en el numeral 46: «El Decálogo no es un conjunto de comandos negativos, pero las direcciones concretas para salir del desierto del yo egoísta y encerrado en sí mismo con el fin de entrar en diálogo con Dios»
En pocas palabras, la fe, tal como se presenta en lumen fidei, es ante todo una experiencia de vida y de amor, totalmente realizado en el «encuentro con Cristo» (n. 30): «La fe sabe porque está ligado al amor, porque el amor en sí trae la iluminación «(n. 26). Jesús dice que es el único salvador, porque «la luz de Dios todo se concentra en él, en su» vida luminosa «que da a conocer el origen y el fin de la historia» (n. 35).
Es demasiado pronto para proponer, sobre la base de una primera encíclica, una clave de lectura de la enseñanza del Papa Francisco, la siguiente encíclica, que se dice que está dedicado a la pobreza será más personal y nos iluminara con mayor precisión. Simplemente vamos a ser tan osados como para señalar que lumen fidei está realmente en línea con la enseñanza post-conciliar. El Vaticano II quiso abrir la Iglesia al mundo moderno, que se caracteriza por su rechazo del argumento de autoridad. Así, el Concilio afirma que es pastoral, evitando toda definición dogmática, para no dar la impresión de forzar mentes contemporáneas. Desde esta perspectiva, las consideraciones sobre la fe en lumen fidei son algo que recuerda a lo que el filósofo inmanentista Maurice Blondel escribió: «Si la fe aumenta nuestro conocimiento, no es un principio y, principalmente, en la medida en que nos enseña ciertas verdades objetivas por el testimonio autorizado, sino la medida en que nos une a la vida de un sujeto, en cuanto que nos inicia, a través del pensamiento amoroso, a otro pensamiento y otro amor «(M. Blondel en A. Lalande, técnica Dictionnaire et critique de la philosophie [Paris:. PUF , 1968], 360, cursivas en el original). No está aprendiendo verdades objetivas, pero cada vez unido a la vida de un sujeto se inicia amando otro pensamiento y otro amor. De ahí surge un problema: ¿cómo se puede estar contento de proponer a las mentes modernas, que se golpean violentamente con autonomía, lo que la autoridad de la revelación divina nos impone? ¿Y cómo podemos hacer esto sin dar la impresión de que esas mentes que la autoridad de la revelación divina es contraria a sus aspiraciones a la autonomía? Y sin diluir el propio depósito revelado uno o disminuir su autoridad? Estas son las dificultades con las que el Magisterio ha estado luchando desde hace cincuenta años.
En un artículo reciente, el p. Jean-Dominique, OP, recuerda el interés con que los protestantes de Taizé acogieron con beneplácito la enseñanza no dogmática del Concilio Vaticano II: «La intención del Concilio es dejar caer un lenguaje excesivamente estática y teórico con el fin de adoptar decididamente un lenguaje dinámico y vivo. Todo este magnífico documento [Dei Verbum, el documento conciliar sobre la nota de la Revelación-Editor] estudiará la Revelación como la Palabra viva que Dios se dirige a la Iglesia por estar compuesta por miembros vivos…. Todo este documento sobre la Revelación estará dominado por los temas evangélicos fundamentales de la palabra, la vida y la comunión. La Palabra de Dios, es el Cristo viviente que Dios da a la humanidad a fin de establecer entre él y ellos la comunión del Espíritu en la Iglesia. «Así, la Iglesia renunció a» hablar de la aceptación de la revelación en términos de sumisión a la autoridad «con el fin de hablar sobre todo acerca de una «fe personal que acepta la revelación de Dios»(Roger Schutz y Max Thurian, La Parole Vivante au Concile [Les Presses de Taizé, 1966], 77-78, citado por el padre. Jean-Dominique,» Concile révolution ou «en Le Chardonnet [Julio 2013]: 6).
Esta intención de ya no recurrir a las definiciones dogmáticas se lamentaron los obispos de la Fraternidad San Pío X en la Declaración del 27 de junio de 2013: «Estamos realmente obligados a observar que este Concilio sin comparación, que quería ser meramente pastoral y no dogmático, inauguró un nuevo tipo de magisterio, hasta entonces desconocido en la Iglesia, sin raíces en la tradición, un magisterio que decidió conciliar la doctrina católica con las ideas liberales, un magisterio imbuido de las ideas modernistas del subjetivismo, de inmanentismo y de la evolución permanente de acuerdo a la falsa idea de una tradición viva [que también se encuentra en los escritos de Maurice Blondel-Editor nota], que adolece la naturaleza, el contenido, la función y el ejercicio de magisterio eclesiástico. » (Ver DICI no. 278, de julio de 5, 2013).

(DICI no. 279 de fecha 19 de julio de 2013)

[1] Recordemos: La fe se define como la adhesión de nuestro intelecto a las verdades reveladas por Dios, por la autoridad de Dios que las revela. La vida espiritual es de la fe como principio, que recibe la revelación de su conocimiento propiamente intelectual y por lo tanto conceptual del misterio. Sin negar el hecho de que la fe debe ser enriquecida por la caridad y el amor florezca en el conocimiento, debemos mantener firmemente que, para estar unidos en la vida espiritual real, la fe y la caridad deben permanecer formalmente distintas en su definición, a los ojos de la Magisterio y de la teología.

[2] «significa creer que uno confía en el amor misericordioso que siempre acepta y perdona, que sostiene y dirige nuestras vidas, y que muestra su poder por su capacidad para enderezar los renglones torcidos de nuestra historia» (n. 13). «La fe transforma toda la persona, precisamente en la medida en que él o ella se convierte en abierto al amor. A través de esta combinación de la fe y el amor que llegamos a ver el tipo de conocimiento que implica la fe, su poder para convencer y su capacidad para iluminar nuestros pasos. La fe sabe porque está ligado al amor, porque en sí el amor trae la iluminación. Comprensión de la fe nace cuando recibimos el inmenso amor de Dios que nos transforma interiormente y nos permite ver la realidad con nuevos ojos «(n. 26). «La fe transforma toda la persona, precisamente en la medida en que él o ella se convierte en abierto al amor. A través de esta combinación de la fe y el amor que llegamos a ver el tipo de conocimiento que implica la fe, su poder para convencer y su capacidad para iluminar nuestros pasos. La fe sabe porque está ligado al amor, porque en sí el amor trae la iluminación. Comprensión de la fe nace cuando recibimos el inmenso amor de Dios que nos transforma interiormente y nos permite ver la realidad con nuevos ojos «(n. 32).

[3] «La vida de fe, como la existencia filial, es el reconocimiento de un don fundamental y radical que sostiene nuestras vidas. Vemos esto claramente en la pregunta de San Pablo a los Corintios: «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1 Cor 4:07) «(n. 19). ¿Se refiere al don de la creación o el don de la gracia? «Al aceptar el don de la fe, los creyentes se convierten en una nueva creación, reciben un nuevo ser, como hijos de Dios», lo que está bien puesto, pero no especifica si esta novedad es parte del orden natural y en continuidad con la creación o si se supera.

[4] «La luz de la fe es única, ya que es capaz de iluminar todos los aspectos de la existencia humana» (n. 4). «Para los primeros cristianos, la fe, como un encuentro con el Dios vivo revelado en Cristo, fue de hecho una» madre «, ya que los había traído a la luz y dar a luz en su interior a la vida divina, una nueva experiencia y una visión luminosa de la existencia de lo que estaban dispuestos a dar testimonio público hasta el fin «(n º 5). «El Concilio Vaticano II permitió a la luz de la fe para iluminar nuestra experiencia humana desde dentro, acompañando a los hombres y mujeres de nuestro tiempo en su viaje. Se demostró claramente que la fe enriquece la vida en todas sus dimensiones «(n. 6). «Así maravillosamente entretejido, la fe, la esperanza y la caridad son el motor de la vida cristiana a medida que avanza hacia la plena comunión con Dios» (n. 7). «Creer significa confiarse a un amor misericordioso que siempre acepta y perdona, que sostiene y dirige nuestras vidas, y que muestra su poder por su capacidad para enderezar los renglones torcidos de nuestra historia» (n. 13). «El principio de la salvación es la apertura a algo anterior a nosotros mismos, a un don fundamental que afirma la vida y la sostiene en el ser» (n. 19). «Aquellos que creen que son transformados por el amor a los que han abierto sus corazones por la fe. Por su apertura a esta oferta de amor primordial, sus vidas están agrandados y ampliado «(n. 21). «La comprensión de que Dios es la luz siempre Agustín con una nueva dirección en la vida y le permitió reconocer su pecado y volverse hacia el bien» (n. 33).

LAS FINALIDADES DEL SACRIFICIO DE LA MISA

20130721-091349.jpg

Sabéis que el Sacrificio tiene cuatro finalidades.
Finalidad primera de esta acción es ser una ACCIÓN LATRÉUTICA, del griego: «LATREIA», acción de alabanza, acción de gloria. El Sacrificio de la Misa es un sacrificio de alabanza. «PER IPSUM ET CUM IPSO ET IN IPSO… OMNIS HONOR ET GLORIA».
Finalidad segunda del Sacrificio de la Misa es ser una ACCIÓN EUCARÍSTICA. Hablaremos, en tal sentido, del Sacrificio eucarístico, del griego «EUCHARISTIA», acción de gracias.
Finalidad tercera del Sacrificio de la Misa es ser un SACRIFICIO DE PROPICIACIÓN por el cual Dios se vuelve aplacado y propicio para con nosotros. Por la oblación de este sacrificio, Dios tórnase benigno, indulgente, propicio.
Y, por fin, la cuarta finalidad del Sacrificio de la Misa es ser IMPETRATORIO, del latín «IMPETRARE»: alcanzar lo que se pide. Pedimos, por la ofrenda del Sacrificio, por la oblación del Sacrificio, las gracias que nos son necesarias para vivir cristianamente.

20130721-091441.jpg

Pero, notadlo bien, entre esos cuatro fines hay uno esencial: el carácter propiciatorio de la Misa.
Los protestantes admiten que la Misa sea un acto de alabanza, y un acto impetratorio. Taizé admite todo eso. Pero ellos se niegan a creer en el carácter propiciatorio de la Santa Misa. Esta nota, este carácter, esta finalidad, es la que distingue la Fe católica de la posición protestante.
En efecto, nada invento, sabéis vuestro catecismo. Acudamos al canon tercero de la Sesión XXIII del Concilio de Trento y veréis claramente que la Iglesia insiste en el carácter propiciatorio de la Misa: “Si alguien dice que el Sacrificio de la Misa no es sino un sacrificio de alabanza y de acción de gracias o una mera conmemoración del Sacrificio de la Cruz, pero no un sacrificio propiciatorio […]: sea anatema” Denz. 950 (N. del E.).
Y en el capítulo segundo de la Sesión XXIII, se dice: “Porque en este Divino Sacrificio, que se realiza en la Misa, está contenido e inmolado de manera incruenta el mismo Cristo que se ofreció una vez a sí mismo de manera cruenta sobre el Altar de la Cruz, el santo Concilio enseña que este Sacrificio es verdaderamente propiciatorio” Denz. 940 (N. del E.).
Tal es la Fe católica. He ahí la primera proposición que era menester recordaros para que comprendáis mejor la crítica que dirigimos a la reforma litúrgica y a ese documento: la «Institutio Generalas».

La liturgia protestantizada en imágenes.

LA CAUSA DE NUESTRO COMBATE: LA MISA CATÓLICA, Conferencia del Pbro. Raúl AULAGNIER pronunciada el 15 de abril de 1977 en Saint-Nicolas du Chardonnet (París). El Pbro. Paul Aulagnier es Superior de la Fraternidad San Pío X para Francia y Bélgica, y Primer Coadjutor de S. E. R. Monseñor Marcel Lefebvre.

La mediación mariana, verdad universal contenida en Sagrada Escritura

Inmaculada

El Antiguo Testamento (Génesis, III, 14-15) presenta a María íntimamente asociada con Jesús («semen illius») en la victoria sobre Satanás («Ipsa conteret caput tuum») y en la redención de la humanidad.
María actúo de manera primordial y de forma secundaria y subordinada en la redención, por lo que también colabora en la «aplicación de toda gracia a las almas individuales de acuerdo con la distribución o la acción. «Agere sequitur esse»: sería anormal si María, después de haber colaborado en la Redención Corredentora, no aplicara y dispensará gracias a las almas, que de otro modo no podrían salvarse. Sería como si María hubiera cooperado con Jesús en la «compra de la fuente de todas las gracias, pero no cooperando con él en la distribución de las gracias, como ‘acueducto que no transportar agua desde la fuente hasta las casas (San Bernardo de Claraval, Sermo en Nativ BVM:.. de acqueductu, no 7, PL 183,441).
En el Nuevo Testamento revelo oficialmente la maternidad espiritual de María, que lleva implícita la distribución de todas las gracias a todos los hombres que tienen a Dios como Padre.
En el Evangelio según San Juan (xix, 26-27) leemos: «Mulier excepción filius Tuus». Mulier o la mujer del Génesis (III, 15) vuelve a aparecer en el Calvario, donde Jesús se ofrece al Padre y es llamada explícitamente por Cristo Mulier o mujer, que después de haber aplastado la cabeza de la serpiente infernal, como se había predicho (Gen. III , 15), aplica las gracias y los frutos de la Redención objetiva (la muerte de Cristo en la Cruz y la compasión de María al pie de la Cruz) a las almas individuales ([co]-Redención subjetiva).
El Evangelio nos dice que el primer milagro de Jesús material y sobre todo espiritual fue operado a través de María.
Por ejemplo, María lleva a Jesús en su vientre y va a su primo Santa Isabel, que tiene por seis meses en sí a Juan el Bautista y Jesús por María santifica y elimina la mancha del pecado original, que redime al Bautista, que se convierte en ese momento en San Juan Bautista (Luc., I, 41-45). Este es un verdadero milagro de la parte espiritual de la obra de la Redención subjetiva o la aplicación de la gracia en el alma del Bautista, la aplicación hecha por Jesús a través de María: lo que se revela oficialmente y por lo que fue interpretada por los padres, médicos, teólogos y exégetas eclesiásticos, así como el principio de forma continua en 1748 por el Magisterio. Por lo tanto, la maternidad espiritual de María y la distribución de todas las gracias es una verdad revelada por la fe divina y católica, que se encuentra en las dos fuentes de la Revelación (Sagrada Escritura y la Tradición) y se interpreta en el mismo sentido por el magisterio ordinario, la Iglesia es constante.
El Evangelio según San Juan (II, 1-11) nos dice que el segundo milagro material con un significado espiritual ocurrió en las bodas de Caná de Galilea, donde Jesús cambia el agua en vino materialmente (es decir, espiritualmente la Eucaristía y la transustanciación) detrás de la oración de la Madre.
Los dos primeros milagros de Jesús narrados en el Evangelio fueron operados a través de la mediación de María, y es muy apropiado para todas las demás bendiciones temporales y espirituales puesto que se producen a través de la competencia de María.

Revista “Sí sí, no no”, MARIA DISPENSATRICE DI TUTTE LE GRAZIE, 30 de junio 2013

Misterio de Nuestro Señor Jesucristo.

Sacramentos

La Iglesia Católica nos presenta a este hombre perfecto en Nuestro Señor Jesucristo. De este modo, cuanto más meditemos sobre la persona de Nuestro Señor Jesucristo más nos acercaremos a Nuestro Señor por todos los medios que Nuestro Señor ha puesto a nuestra disposición: la Santa Iglesia, el santo sacrificio de la Misa, los sacramentos y toda la liturgia, y particularmente la sagrada Eucaristía. Cuanto más usemos de estos medios más penetraremos en este misterio de Nuestro Señor Jesucristo.

EL MISTERIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, Monseñor Marcel Lefebvre, pláticas espirituales grabadas que dio a los seminaristas del Seminario San Pío X de Ecône entre el 28 de noviembre de 1977 y el 29 de marzo de 1979.

Una misa que usted no conoce

pseudomisa

Años atrás un joven, Juan de nombre, me contaba que había conocido la misa de siempre gracias a su novia, hoy su esposa. Era un buen joven católico, de esos que sí van a Misa todos los domingos y frecuentan los sacramentos (confesión y comunión); procuraba, a demás, ir a la adoración al Santísimo cuando su trabajo se lo permitía, y había estudiado el catecismo en su parroquia durante 7 años. Era, entonces, un católico que estaba comprometido con la iglesia, ¡bendito sea Dios!, y que conocía su religión.

Un día conoció a Cecilia, una joven también muy católica. Cuando digo muy católica, quiero significar una joven que iba a misa todos los domingos, frecuentaba los sacramentos, iba a exposiciones del Santísimo y había estudiado muchos años su catecismo. Otra católica, entonces, comprometida con la Iglesia, ¡bendito sea Dios!, y que conocía su religión… ¡El amor perfecto!, podría uno pensar… ¡tal para cual!

Pero he aquí que había entre ellos una diferencia: la Misa. Ella iba a una capilla donde los sacerdotes usaban sotanas y decían la Misa en latín y de cara a Dios. Él iba a otra capilla donde los sacerdotes vestían como todo el mundo y decían la Misa en español y de cara al pueblo. ¡La Misa era tan distinta!… y él no lo sabía…

misa_consagracion

La Misa que él conocía desde niño era una Misa nueva comparada a la Misa donde iba su novia, que era más antigua, más tradicional.

Misa tradicional y Misa nueva, dos mundos tan distintos. En aquélla había mucho silencio, que invita a hablar con Dios y a unirse a Él. En ésta no faltaban los aplausos, las guitarras y los ruidos; era verdad que costaba concentrarse así.

En aquélla la gente comulgaba de rodillas y en la boca. En esta, ¡ay, cuántas  veces le había chocado!, cualquiera tocaba el Cuerpo de Cristo. Nadie lo podía negar: el respeto a Nuestro Señor Eucaristía era mucho más grande en la Misa tradicional; las genuflexiones, los tiempos de rodillas, los gestos del sacerdote, ¡todo invitaba a adorar de corazón a Jesús Eucaristía!

En la Misa nueva, el sacerdote estaba de cara al pueblo, parecía como más amigo, como más cuate. En la Misa de siempre, el sacerdote daba la espalda al pueblo para mirar a Dios. Este pequeño detalle¿era, quizás, la causa de que en los sermones de la Misa nieva se hablara tanto de política y de los hombres?… El hecho de mirar a Dios durante la celebración, ¿era quizás lo que instaba a los sacerdotes de la Misa tradicional a predicar sobre todo de Dios y del cielo?… Una era la Misa para Dios; la otra, para los hombres y de espaldas a Dios… Y él no lo sabía…

“Padre, lo que más me llamaba la atención en todo esto, era el hecho de que yo había estudiado mi religión durante 7 años, y nunca me habían dicho en catecismo que existía otra Misa, otra manera de celebrarla… Nunca nadie me había dicho de que la Misa a la que yo iba, ¡era nueva!”, me decía el joven en cuestión.

Para conocer la Verdad y amarla con más fuerza, hay que conocer también el error.

¡Y pensar que no lo sabía!

Mario Trejo, Pbro.

Tomado de la revista «Dios nunca muere», invierno 2007, N 25

«Tradidi quod et accepi…»

«Por la gloria de la Santísima Trinidad, por el amor a Nuestro Señor Jesucristo, por la devoción a la Santísima Virgen María, por el amor a la Iglesia, por el amor al Papa, por el amor a los obispos, a los sacerdotes, a todos los fieles, por la salvación del mundo, por la salvación de las almas; ¡guarden este testamento de Nuestro Señor Jesucristo, guarden el sacrificio de Nuestro señor Jesucristo, guarden la misa de siempre!»

Mons. Marcel Lefebvre, 23 de septiembre 1979.