¿Qué dijo realmente Juan XXIII? Nota sobre un pasaje del discurso de apertura

FUENTE – Jean Madiran – diario “present” – 02 de octubre de 2012

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El Cumpleaños, sencillamente, es el aniversario del nacimiento (o del  bautismo, el segundo nacimiento). Fijando al 12 de octubre de 2012 la fecha para comenzar un año de la fe, Benedicto XVI inevitablemente atrajo la atención en primer lugar sobre el discurso de apertura de Juan XXIII en el 50 º aniversario de inicio del Concilio.

Uno de los pasajes del discurso que más marcadamente golpea los espíritus es en donde Juan XXIII ve que  “las opiniones inciertas de los hombres se excluyen mutuamente » y observa que» apenas los errores nacieron, se desvanecieron como la niebla al sol”; en consecuencia de que el papa anunció un cambio radical en la actitud de la Iglesia:

La Iglesia no ha cesado de oponerse a estos errores. A menudo las ha condenado y con mucha severidad. Pero hoy la Esposa de Cristo prefiere recurrir al remedio de la misericordia, en lugar de empuñar las armas de la severidad. Considera que, en lugar de condenar, responde mejor a las necesidades de nuestro tiempo poniendo de relieve la riqueza de la doctrina. »

Probablemente quería Juan XXIII, con su sencillez y su habitual bonhomía, pedía que se tratase a las personas que están equivocadas con misericordia más que con severidad grave y evitar «condenarlas».

Pero  su texto dice literalmente algo diferente.

No habla de las personas, habla de los «errores» que la Iglesia ha «condenado a menudo y aún muy severamente», y esto es lo que pide a la Iglesia no hacer más: “ya no condenar los errores«.

Y realmente es efectivamente lo que la Iglesia ya no ha hecho más o casi nunca: condenar errores (por respetar las personas… salvo Monseñor Lefebvre por defender la Tradición, uno de los poquísimos excomulgados por Juan Pablo II, ndt).

Y este cambio de estrategia ha sido registrado y visto aun estructuralmente en las instituciones de la Iglesia de Roma, ya que el antiguo instrumento de “severidad” y de condenación, la Congregación (suprema)  del Santo Oficio fue eliminada, sustituido por una simple congregación para doctrina de la fe (que además ya no es «suprema».

Por supuesto, Juan XXIII ponía en semejante  revolución estratégica mucho de su  optimismo personal que podemos encontrar a veces excesivo. Como los tiempos cambian, le parecía a él que estaban cambiando para mejor. Los concilios anteriores, dijo, han experimentado “vicisitudes”, “dificultades”, ‘motivos de tristeza’, debido a «la intrusión del poder civil;  mientras «Hoy la Iglesia, finalmente liberada de todas los obstáculos seglares y profanos del pasado, puede hacer oír su voz«, y ello es «una aurora resplandeciente que se eleva sobre la Iglesia”.

Este optimismo fue solo una opinión discutible, particular de  la personalidad de Juan XXIII. Pero (¿sin haberlo querido?) ella iba al encuentro de una ideología modernista ya dominante, una ideología que resume la fórmula de Teilhard de Chardin[1] imaginando que «en extensión de lo que hace la incredulidad de hoy, saldrá y se dará a conocer la fe de mañana”. En semejante perspectiva, convenía pues por lo tanto, pedir a cada uno no convertirse, sino ir hasta el final de su creencia o de su misma incredulidad (¿?)…

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Y luego, no se trata sólo de considerar ‘errores’. Están los ataques, hay los odios, persecuciones. Hay no sólo infieles simpáticos y hermanos engañados, pero existe los enemigos enardecidos, unos sinceros otros demoníacos. En la vida real de las familias, de los comercios, parroquias, el origen de lo contrario de la verdad es mucho menos el error que la  mentira. Los principales medios de comunicación, las escuelas públicas, las relaciones sociales transmiten una historia de la Iglesia resumida y extravagante, escrita por los enemigos de la Iglesia. La misericordiosa buena voluntad de Juan XXIII y su apertura al mundo abrió la puerta a lo que Juan Pablo II llamará la cultura de la muerte.

También sepamos que la verdad no basta siempre para su propia defensa. El espíritu humano está  hecho así que asimila una idea cierta solo si se le especifica el contorno por una condenación que anatematice lo que le es contrario. A no querer ya más escuchar hablar de  condenas o anatemas, éstos no fueron reemplazados por nada para hacer su papel, pero son esenciales para la vida intelectual, la vida social, la vida religiosa.

Traducido de: http://tradinews.blogspot.mx/2012/10/jean-madiran-present-lanniversaire-du.html por el padre Gardere, avisos del 18 XI 2012.

 


1 Teólogo jesuita condenado por Pio XII por su teología “evolucionista”, rehabilitado por varios seguidores en el concilio y… hecho cardenal por Juan Pablo II.

Optimismo conciliar frente a la realidad.

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Cincuenta años después de la apertura del Concilio Vaticano Segundo, estamos lejos del optimismo de Juan XXIII que declaró, el 11 de octubre de 1962: «parece necesario decir nuestro total desacuerdo con estos profetas de desgracias que siempre anuncian catástrofes, como si el mundo estuviera cerca de su fin.” Él entonces censuró a todos los que “en la situación actual de la sociedad, no ven sino ruinas y calamidades; que suelen decir que nuestro tiempo ha profundamente empeorado en comparación con los anteriores siglos”.
En la apertura del Sínodo sobre la nueva evangelización que se esta celebrando en el Vaticano del 7 al 28 de octubre 2012, el cardenal Donald Wuerl, arzobispo de Washington (Estados Unidos) y Relator general de la Asamblea Sinodal, elaboró la observación de un «dramático cambio de la sociedad” es como si un tsunami de influencias seglares se hubiera abatido sobre el paisaje cultural, llevando con él puntos de referencia social como el matrimonio, la familia, el concepto de bien común y la distinción entre el bien y el mal.

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La secularización, continuó, “ha formado dos generaciones de católicos que no conocen las oraciones fundamentales de la Iglesia, no ven la importancia de ir a misa y han perdido «el sentido del misterio o de lo trascendente».
¿Cómo remediar todos estos males? ¿Es suficiente denunciar, como lo hace cardenal Wuerl en el mismo discurso, «la hermenéutica de discontinuidad o ruptura que ha calado en gran parte en las áreas de la educación superior y también dio lugar a aberraciones litúrgicas? ¿Podemos contentarnos con una «hermenéutica de la reforma en la continuidad”?
Podemos observar que por encima de todas las de la hermenéutica, las exégesis y otras eruditas interpretaciones del Concilio, están los hechos que hablan por sí mismos elocuentemente.

Padre Alain Lorans+

DICI, Carta de información oficial de la Fsspx n° 263, del 26 de Octubre de 2012

Traducción padre Gardere FSSPX

50 años de la apertura del Concilio vaticano II

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11 octubre 1962- 11 octubre 2012,
Hace 50 años abrió el Concilio Vaticano II. Ya comenzaron las celebraciones elogiosas, ditirámbicas, entusiasta. Algunos no dudan en declarar que la Iglesia ha sido realmente refundada por este Concilio, rompiendo con la era constantiniana que va desde el Edicto de Milán en el año 313, hasta el salvador 11 de octubre 1962 ¡Por favor, Disculpen!
En su libro “Vaticano II, para abrir un debate”, Monseñor Brunero Gherardini, escribió en 2009: «Es con una superficialidad asombrosa que se ha extendido sobre el Magisterio anterior (a Vaticano II) un velo o mas bien un paño fúnebre, impidiendo al observador o al católico actualizarse o examinar el pasado y en este pasado ponerse en relación con la Tradición perenne, que es parte constitutiva de la Iglesia, que es el eje de apoyo del cristianismo. Como si no hubiera, incluso no debería haber sido sino solo el Concilio Vaticano II y sus novedades”.

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Añadió después: «Me parece que, habiendo pasado la fase de ovaciones, la reflexión histórica y crítica de los textos conciliares se impone hoy por necesidad: una reflexión que busque la relación (si hubiera) entre estos textos con la Tradición católica en su continuidad. Considero semejante reflexión como una de las tarea más urgente del Magisterio eclesiástico, de cada obispo católicos y de las instituciones científicas católicas para el bien de la Iglesia; además al deber, se añade el derecho del pueblo de Dios en su conjunto, que le sea explicado de forma clara y objetivamente lo que fue el Concilio Vaticano II en su contexto histórico, ético y dogmático. Es del interés de la fe y del testimonio cristiano auténtico.

Padre Alain Lorans +

DICI, Carta de información oficial de la Fsspx n° 262, del 12 de Octubre de 2012

Traducción padre Gardere
http://www.dici.org/actualites/anniversaire-concile-vatican-ii/

El espíritu del inicio del concilio: O como abrirse…en 2 direcciones.

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En su homilía de la beatificación de su predecesor, Benedicto XVI ha propuesto una exégesis de los famosos “¡No tengan miedo! Abran, abran todas las grandes puertas a Cristo!”, lanzados por el Papa Juan Pablo II al comienzo de su pontificado. Según Benedicto XVI, «lo que el Papa recién elegido pedía a todos lo hizo él primero: Ha abierto a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos». El Concilio Vaticano II, que fue la «brújula» de Juan Pablo II, fue el Concilio de la apertura de la Iglesia hacia el mundo moderno, pero Benedicto XVI nos dice que el Papa que durante 27 años se ha esmerado aplicar con celo este Concilio, «ha abierto la sociedad a Cristo». Por lo tanto, surge una pregunta doble:
•​¿es el espíritu del mundo moderno que se introdujo en la Iglesia?
•​O: ¿Es el es el espíritu católico que ha transformado el mundo moderno?
A la primera pregunta Pablo VI había respondido, sin proponer remedios:
•​»La duda se introdujo en nuestras conciencias y entró por ventanas que debían estar abiertas a la luz. (…) Este estado de incertidumbre reina en la Iglesia.

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Se esperaba que tras el Concilio hubiera brillado un día de sol sobre la historia de la Iglesia. En cambio, es un día de nubes, tormentas, oscuridad, de duda y búsqueda, día de error e incertidumbre que ha venido.”
(Insegnamenti, Ed. Vaticana, Vol. X, 1972, p. 707)
•​A la segunda pregunta, Juan Pablo II mismo ha dado una respuesta, sin sacar consecuencias concretas, reconociendo que el tiempo que vivimos es el de una «apostasía silenciosa» en donde reina una especie «de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, que hace que muchos europeos dan la impresión de vivir sin tierra espiritual y como herederos que han dilapidado la herencia que les fue transmitida. (Ecclesia en Europa, 28 de junio de 2003)
En ambos casos, la apertura deseada se convirtió en una desilusión trágica.

Padre Alain Lorans+

– Revista oficial de la Fsspx : Dici n° 234 del 7 de mayo de 2011 http://www.dici.org/archives/dici-n°234/

7 de octubre de 2012.

traducción del padre Gardere,

Una carta a Pablo VI

En 1973, la revista argentina Roma (n. 29) ofrecía a sus lectores una carta de Jean Madiran a Pablo VI. Reproducimos en esta entrada la introducción de la revista (sin firma, posiblemente escrita por Andrés de Asboth) y en nuestro estante de scribd la carta de Madiran.

Frente a la descomposición que se manifiesta actualmente en todos los aspectos de la vida de la Iglesia y que el Papa no ha dudado en calificar como una “autodemolición”, cuatro actitudes principales pueden ser adoptadas:

La primera consiste en lanzarse en la vía de las reformas contribuyendo a destruir o cambiar aquellas «estructuras» o «principios» que, a juicio de los reformadores, parecen poco en consonancia con el «mundo moderno». Es la posición de los progresistas y neomodernistas que, en el fondo, buscan nada más y nada menos que fundar una nueva religión, bajo el signo del ecumenismo, el liberalismo, el relativismo y el desprecio hacia las fórmulas dogmáticas. Van camino a una iglesia atea para el estado comunista.
La segunda posición es la de la comodidad y por lo tanto la más seguida. Sin preocuparse por las catástrofes posconciliares y sin hacer ningún esfuerzo para analizar la legitimidad o veracidad de las ideas y reformas, preconizadas por autoridades o por «expertos» más o menos corrompidos doctrinalmente, siguen la corriente invocando la obediencia. Son sujetos meramente pasivos.
La tercera posición admite que existen muchos abusos y exageraciones en las reformas en curso, pero estas exageraciones y estos abusos no se reconoce que sean originadas por el «espíritu del Concilio», sino únicamente porque algunos interpretan torcidamente los preceptos y los documentos del Vaticano II, pero las enseñanzas de la Jerarquía están siempre en el fondo de acuerdo con la doctrina ortodoxa.
La cuarta posición sostiene que las reformas realizadas como consecuencia de las ideas enunciadas en el «Concilio pastoral» Vaticano II, se han revelado pastoralmente ineficaces o perjudiciales y deben por lo tanto ser interrumpidas y abandonadas, volviendo a las formas, ideas y principios que inspiraban la actuación de la Iglesia anteriormente al Concilio. Los representantes de esta cuarta posición son más numerosos de lo que parece; si no se hacen oír más, no es por pasividad o apatía, pues en ellos se encuentran la almas más ardientemente celosas por la gloria de Dios y el triunfo de la Iglesia. Si se mantienen ordinariamente en silencio es por humildad o espíritu de obediencia quizá, a veces equivocada. Pero cuando alguna voz autorizada representativa de esta multitud silenciosa que sufre, se alza públicamente para denunciar el fondo de la tragedia que vive la Iglesia, consideramos nuestro deber informar a nuestros lectores, para que puedan a través de estas declaraciones y escritos obtener una visión completa del extenso abanico de opiniones que existe, entre los fieles y los sacerdotes, con respecto a las reformas consecuencia del espíritu «pos-conciliar».
Sin que su publicación suponga un acuerdo, solidaridad o aceptación incondicional, damos a conocer aquí una carta, algo reducida, a S. S. Pablo VI, que nos parece muy representativa de lo que hemos llamado la «cuarta posición» y que se ha hecho pública recientemente en Francia. Su autor es Jean Madiran, director de la revista «Itinéraires», ampliamente conocida en los ambientes intelectuales de Europa y en el mundo entero. Esta carta ha de tener sin duda una repercusión universal por su claridad y valentía y quizá llegue a adquirir una trascendencia histórica.

El Purgatorio

 

El Purgatorio es la obra maestra de la justicia y de la misericordia de Dios. San Juan en el Apocalipsis nos dice que nada manchado puede entrar en la Jerusalén celeste, esto es, en el Paraíso: «Non intrabit in eam aliquod coinquinatum» (Apocalipsis. 21, 27).

Pocas son, sin embargo, las almas privilegiadas que llegan al momento supremo de la muerte con la inocencia bautismal. El Espíritu Santo nos dice que aun el justo peca siete veces, o sea, muchas (Proverbios. 24, 16). «In multis delinquimus omnes»; todos faltamos y nos manchamos con muchas culpas, si no mortales, por lo menos veniales. Es cierto que con el arrepentimiento y con los Sacramentos podemos obtener el perdón de la misericordia divina, pero queda siempre la pena temporal que pagar. Para ello no es suficiente la pequeña penitencia que nos impone el confesor y las pocas penitencias y mortificaciones que nosotros mismos hacemos voluntariamente. Además, ¿quién nos asegura que en el momento de la muerte podremos lavar todas las culpas, aun las veniales, con una buena confesión? Desgraciadamente, aun cuando –como esperamos– nos presentemos delante del tribunal de Dios sin culpas graves, tendremos todavía muchas deudas que pagar y muchas imperfecciones que purificar.

¿Y entonces? La justicia de Dios no nos puede admitir, imperfectos como estamos y manchados, a la bienaventuranza eterna, al goce purismo de su visión. ¿Nos rechazará entonces como rechaza de si a quienes mueren en pecado mortal y son condenados al fuego eterno? No; si la justicia de Dios es infinita, también lo es su misericordia. He ahí el Purgatorio, donde las almas muertas en gracia de Dios, pero llenas aún de escorias, imperfecciones y deudas temporales que pagar, encuentran el modo de purificarse y de hacerse dignas del premio eterno. Agradezcamos a Dios este gran don que es el último de la cadena preciosa de su misericordia infinita y que un día nos permitirá subir puros y limpios a su vista beatífica.

El culto de los difuntos y por tanto la creencia en un lugar de expiación y purificación de las almas en el más allá, se remonta no sólo a los orígenes de la Iglesia, sino aun a los comienzos de la humanidad. El mismo Lutero, aun negando soberbiamente el Purgatorio, debió reconocer esta creencia tan antigua y universal que es consagrada por la tradición de la fe y por la misma razón humana. Esta creencia se encontraba ya entre los pueblos paganos, como lo atestiguan los mayores escritores antiguos, Homero, Esquilo, Sófocles, Platón, Virgilio y las antiquísimas inscripciones funerarias. Entre los hebreos por otra parte la doctrina es afirmada manifiestamente en la Sagrada Escritura, en la que se narra que Judas Macabeo, después de la conquista de Yamnia, hizo una colecta de doce mil dracmas de plata con la que se ofrecieron sacrificios a Dios en sufragio de los difuntos. Y el texto sagrado subraya: «Es pensamiento santo y saludable orar por los difuntos, para que les sean perdonados sus pecados» (2 Macabeos. 12, 46).

También en el Nuevo Testamento se encuentran testimonios bastante claros de esta doctrina. Jesús habla de pecados que no podrán perdonarse en esta vida ni en la otra (San Mateo 12, 31-32), de lo cual ya los Santos Padre deducen que hay pecados (veniales) que pueden purificarse y perdonarse después de la muerte. Además San Pablo (I Corintios. 3, 10-15), habla de obras imperfectas (pecados veniales) que serán expiadas y purificadas en el fuego, después de la muerte. Esto evidentemente, no puede suceder en el infierno, sino solamente en el Purgatorio. Es imposible dar cuenta aquí de todos los testimonios de los Padres y escritores eclesiásticos que dan fe de esta doctrina desde los comienzos de la Iglesia. Por otra parte, tales testimonios no puede negarlos nadie; son dominio perenne de la tradición, tradición que el Concilio de Trento recogió, Sesión 25, proclamando la existencia del Purgatorio y la obligación de los fieles de hacer sufragios por los difuntos que están expiando allí sus pecados.

Gran consuelo para nuestro corazón. Consuelo también para nosotros que un día podremos purificarnos de los residuos de toda culpa y fragilidad y que hoy podemos y debemos unirnos con la oración a nuestros seres queridos difuntos y ayudarlos con nuestros sufragios.

Meditaciones para todos los días del año, Cardenal Antonio Bacci, Bilbao 1967, p.671-689.